Tierra de nadie

La otra guerra de Margallo

A Margallo se le ha quedado pequeño el mundo y, por alguna extraña razón, en vez de dedicarse al estudio del Universo y desentrañar sus secretos con la ayuda de Morgan Freeman, le ha dado por Cataluña. Se ignora si se trata de un tema personal, si ha sido mandatado por Rajoy o si nos encontramos ante la manifestación de algún efecto secundario de la acupuntura a la que se sometió para perder peso y operarse de la hernia. El caso es que en medio de la yesca no pasa un día sin que el ministro se ponga a jugar con el mechero. Será que al ministro le gusta el fuego.

Su última gran aportación al debate ha sido establecer un paralelismo entre Cataluña y Crimea, una comparación que le ha valido la crítica no ya del Govern sino del PP y todo su coro mediático, que han corrido a precisar que, aun siendo tan ilegal el referéndum del domingo como el que pretende celebrar Artur Mas, Crimea es más rusa que la ensaladilla y Cataluña más española que la tortilla.

Ya sea por iniciativa propia o por encargo presidencial, que el ministro de Asuntos Exteriores sea quien asuma la ofensiva del Ejecutivo para desactivar el proceso soberanista es de una genialidad sin precedentes. Que nadie se extrañe si el día menos pensado Margallo llama a consultas al delegado de la Generalitat en Madrid o se ve obligado a retirar al embajador de España en Barcelona.

Lo de provocar incendios es una costumbre que los Margallo llevan a gala. Su bisabuelo fue general y gobernador de Melilla y llegó a dar nombre a la primera guerra del Rif, conocida desde entonces como la guerra de Margallo. Todo empezó por otra idea genial del antepasado del ministro: amurallar la ciudad sobre la tumba de un santo local, lo que provocó el asedio de Melilla por parte de 6.000 bereberes.

La cosa habría terminado bien para los españoles, de no haber sido porque a Margallo, tras repeler la agresión, se le ocurrió castigar con artillería a las cabilas rebeldes, pero la fatalidad quiso que los ataques destruyeron una mezquita y desataran una guerra santa. Embravecidos, los rifeños tomaron dos fuertes y el bisabuelo del ministro se propuso reconquistarlos, con tan mal juicio que entendió como una huida lo que, en realidad, era una maniobra envolvente de los adversarios. En la matanza murió el propio Margallo de un disparo en la cabeza, entre rumores de que un teniente que luego llegaría a dictador, Miguel Primo de Rivera, fue quien apretó el gatillo.

Como se ve, poner a un Margallo al frente de un conflicto no es muy recomendable si de lo que se trata es de evitar la tercera guerra mundial. Resabiado quizás por lo sucedido a su bisabuelo y también a su tío abuelo Juan, capitán de infantería fallecido en el desastre de Annual, el ministro había pedido a la Generalitat un "alto el fuego verbal" que él mismo se ha encargado de romper.

La estrategia del Gobierno con Cataluña –si es que existe alguna- se ha demostrado un completo disparate que puede acabar como el rosario de la aurora. Tras presentar un informe sobre las terribles desgracias económicas que asolarían a los catalanes si se independizaran y ‘crimealizarles’, el adelantado Margallo se propone desplazarse a la zona en abril para participar en varios actos y combatir sobre el terreno a los secesionistas. Cálense el casco y pónganse a cubierto por lo que pudiera suceder.

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