Tierra de nadie

El hijo de Suárez quiere ser la viuda de la familia

Nadie está capacitado para medir la tristeza que siente un hijo por la pérdida de un padre. La de Suárez Illana debe de ser inmensa ahora y posiblemente ya lo fuera antes, mientras al expresidente se le apagaba la memoria y el Alzheimer le transformaba en un vegetal. Nadie discute que tuvieron que ser años duros para él y para una familia a la que el cáncer había derrotado dos veces. Nadie duda de su dolor, aunque el dolor no sirva ni sea excusa para justificar cualquier comportamiento.

A Adolfo Suárez Illana le hubiera encantado ser Adolfo Suárez González pero la genética tiene sus leyes y los seres humanos, sus momentos. Se entiende que no es fácil ser hijo de un pedazo de historia pero tampoco lo es serlo de un albañil en paro. Lo recomendable en ambos casos es tratar de construir una biografía propia, aunque ello te lleve a dar muletazos en plazas de quinta. El hijo del albañil lo habría tenido más difícil todavía para debutar con picadores.

Suárez Illana quiso ser militar y no pudo. Hizo derecho y hasta estudio un máster en Harvard, pero la abogacía parece que tampoco era lo suyo. Le gustaba el arte de Cúchares pero no cuajó. Llegó a ser, en cambio, "el yerno de Samuel", tras casarse con la hija de Samuel Flores y emparentar con el ganadero. Más tarde quiso ser literalmente su padre, e intentó abrirse paso en la política de la mano de su amigo Agag, que también terminó siendo yerno, pero de Aznar. En lo que más ha destacado ha sido en la caza, actividad en la que su escopeta llegó a ser reputadísima a la hora de abatir muflones.

De no haber sido por las sucesivas tragedias familiares podría decirse que la suya habría sido una vida fácil y de caprichos. La política fue uno de ellos y para conseguir el caramelo el niño no dudó en hacer participar al padre en un mitin del PP en Albacete, en la campaña de las autonómicas de 2003. El entorno del expresidente sigue sin perdonarle por aquello.

Hasta su hijo debía saber que el desprecio que Suárez sentía por el PP era directamente proporcional al deseo que tenía Aznar de ser declarado formalmente heredero del centrismo. Para ello convirtió al novillero en candidato a la presidencia de Castilla-La Mancha. Yendo a un mitin en el que ni en sus pesadillas pudo imaginar que estaría, Suárez hizo lo que hubiera hecho cualquier padre. Ya enfermo, en la tribuna se trastabilló con los papeles. Aznar tuvo su foto. Suárez Illana, tras perder estrepitosamente las elecciones ante Bono, dio una espantada de mal novillero.

El avance de la enfermedad hizo que Suárez desapareciera pronto de la escena pública. Es comprensible. No lo es tanto que algunos de sus amigos le perdieran de vista para siempre, y tuvieran que conformarse con el escueto parte que les daba su hijo cuando llamaban por teléfono a su casa. ¿Visitarle? Para qué molestarle. Las llamadas se espaciaron y terminaron por cesar. Para muchos de ellos, Suárez se murió hace ya varios años. Tampoco se lo han perdonado.

En este último período el hijo quiso ser duque. Tal y como avanzó Público, dirigió un patético escrito al rey en 2009 en el que le pedía que desposeyera a su sobrina Alejandra del título que le correspondía como heredera legítima y se lo concediera a él, tal era, según argumentaba, el deseo que su padre expresaría si el Alzheimer no se lo impidiera. No dudó en llevarse a varias personas al notario para que declararan solemnemente la ilusión que tenía el expresidente de que el próximo duque de Suárez también se llamara Adolfo. No menos patética ha sido su posterior declaración de que el ducado jamás le importó.

Por último, ha pretendido ser la viuda, no sin antes protagonizar un insólito anuncio: el de tasar en horas el tiempo de vida que le quedaba a su padre. Difícilmente podrán encontrarse precedentes de algo semejante. ¿Le movió el dolor o el afán de protagonismo? ¿Era necesario que jugara a ser Arias Navarro?

Viuda y albacea, la última de Suárez Illana ha sido pedir la retirada del libro de la periodista Pilar Urbano porque no le gusta y, sobre todo, porque usa sin permiso la fotografía de la que dice ser autor en la que se ve al expresidente y al Rey, de espaldas, paseando por el jardín, después de que el monarca le entregara personalmente del Toisón de Oro en su domicilio.

El novillero vuelve a fallar con la espada. La imagen fue entregada para su publicación a todos los medios de comunicación, lo que demuestra que la familia consideró que se trataba de un acto formal y no de la visita privada de un amigo a tomar el té. En esas circunstancias, lo lógico hubiera sido que un fotógrafo oficial hubiese inmortalizado la escena, función que quiso asumir personalmente el hijo del expresidente. No le fue mal. Se llevó el Ortega y Gasset y unos cuantos miles de euros al bolsillo.

Pedir la retirada del libro con el argumento de que los derechos de autor le pertenecen resulta cuanto menos infantil. ¿Acaso pidió permiso al Rey para utilizar su imagen? ¿Compartió el premio con el monarca o se lo embolsó él solito? ¿Habría captado la fotografía de no ser el hijo de Suárez?

Suárez Illana era algo porque su padre ha sido mucho. No pudo ser militar, ni torero, ni político. Lo único que ha podido ser es el hijo de Suárez. Para algunos sería un estigma pero para él parece haberse convertido en una forma de vida.

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