Tierra de nadie

El frente amplio

Junto al hundimiento del bipartidismo y la irrupción de Podemos, el dato más relevante y poco destacado de las elecciones de este domingo es la derrota sin paliativos de la derecha, que lejos de ganar las elecciones de penalti, como se consuela el PP, las ha perdido por goleada.

La izquierda ha obtenido 7,9 millones de votos, incluidos los 950.000 sufragios que han apoyado posiciones independentistas. Por la derecha se han inclinado 5,16 millones de electores, contando entre ellos a los 850.000 de fuerzas nacionalistas que hoy secundan también la independencia de sus territorios y los 245.000 de Vox que se quedaron compuestos y sin escaño. Ni siquiera englobando a UPyD y a Ciutadans entre las opciones de derechas, la distancia bajaría de los 1,3 millones de votos.

En definitiva y con sus matices, hay una amplia mayoría de españoles que no es que opinen como Rajoy que hay que darle una vuelta a la cosa para explicar la sangría sino que apuestan por dar la vuelta a la tortilla y desalojar del Gobierno a sus actuales inquilinos en plan desahucio exprés. Esa es la conclusión evidente del resultado electoral por mucho que el PP intente presentarse como el ganador de los comicios.

Otra cosa es que la articulación de esa mayoría en unas elecciones generales plantee enormes dificultades. Los primeros en hacer referencia a un frente amplio han sido los dirigentes de IU y de Podemos, sin especificar los límites exactos de esta amplitud. Incluso entre ellos mismos, la convergencia será complicada. ¿Deben existir dos marcas electorales que, esencialmente, defienden lo mismo? ¿Cuál habría de prevalecer? ¿Tendría IU que admitir que, pese a su ascenso electoral, Podemos ha conectado con un electorado que se le resistía y abrirse a nuevas formas de organización y decisión internas? ¿Fusión o coalición?

Una vez hallada la salida a ese laberinto, quedaría por resolver el gran enigma al que se enfrentaría una hipotética alianza de la izquierda: ¿qué papel ha de jugar en ella el PSOE? La pregunta carecería de sentido si los socialistas no fueran necesarios para construir una alternativa o si el empeño de sus dirigentes en convertir a su formación en un residuo se viera coronado por el éxito. Pero por el momento, zombi y todo, el PSOE sigue siendo mayoritario e imprescindible.

Aquí las dudas son bidireccionales. De un lado, está por ver cuál es alcance de la revolución que los socialistas están dispuestos a acometer para emerger de las cenizas humeantes que ha dejado Rubalcaba y si en esa batalla gana la militancia o el aparato. Sólo entonces podrá saberse si los herederos de Pablo Iglesias, el de la imprenta, han superado su aversión a buscar acuerdos a su izquierda más allá de los pactos locales en comunidades y ayuntamientos o se entregan definitivamente a la gran coalición que defenderán los grandes poderes económicos del país si el hundimiento del bipartidismo se consolida.

Los recelos al otro lado no son menores. ¿Dejará algún día el PSOE de ser uno de los "partidos de la casta" a los que el otro Pablo Iglesias ha declarado la guerra? ¿Bastaría con que eligiera a sus candidatos en primarias abiertas o tendría que llevar en su programa electoral la nacionalización de la banca y las eléctricas? ¿Pactar con el PSOE para desalojar del poder a la derecha sería una obligación de esa izquierda o una traición al "sí se puede"?

¿Frente amplio? Soñar es una actividad estética antiquísima, que decía Borges. La derecha, de momento, puede estar tranquila.

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