Tierra de nadie

El suelo anti-pobres

1402332288-602-400x226Los pobres siempre han sido un gran problema, especialmente los de solemnidad. Se podría aceptar que así, a lo tonto, bajaran la media de la renta per cápita del país, con la dificultad que esto supone para sacar pecho en las cumbres internacionales, pero lo que resulta verdaderamente insoportable es su presencia. Sin razón aparente, a los rematadamente pobres les apasiona el centro de las ciudades, ya sea para pasear entre el bullicio de los comercios o para tirarse a la bartola en las aceras con esos horribles cartelitos llenos de faltas de ortografía en los que siempre piden, como si les hubiese hecho la boca un fraile.

Los pobres son muy incívicos. Se cuelan en las fotos de los turistas, algunos beben vino en tetrabrik, una auténtica ordinariez, y, lo que es peor, miccionan sin recato en las esquinas, quizás marcando el territorio. A cierta hora se echan a dormir a pierna suelta rodeados de cartones, algo incomprensible desde que se inventó el edredón y el colchón viscoelástico. Todo ello debería movilizar a la gente de bien, que a veces se ve obligada a cambiar de cajero para no molestarles.

En Gran Bretaña, que son tipos prácticos, han patentado por fin el suelo anti-pobres. Se trata de unas púas de acero que, colocadas sobre las baldosas, evitan la molicie de los mendigos, salvo que sean faquires indios, que al fin y al cabo son pocos y de la Commonwealth. El invento ha causado furor entre las comunidades de vecinos londinenses y parecería lógico que rápidamente llegara a España en cuanto haya distribuidores autorizados.

Aquí ya hace tiempo que se implantó un sistema parecido con agujas puestas en pie, en formación militar, para evitar que las palomas se posen y excrementen sobre los monumentos y edificios singulares, que viene a ser lo que hacen los pobres pero a ras de suelo. Tenemos, por tanto, experiencia acreditada en la materia como se viene demostrando con las concertinas de las vallas fronterizas de Ceuta y Melilla con los que allí se posan.

Ana Botella, que es una visionaria, ya alertó en su etapa como delegada de Medio Ambiente de Madrid, que los pobres sin hogar son un obstáculo para la limpieza. Algunas calles de la ciudad nunca han quedado como la patena porque falta personal para levantar a los pobres del suelo y pasar la escoba. El manguerazo y paso atrás, que además habría contribuido a la higiene personal de los indigentes, ni se planteaba, por aquello de que las ONG son muy tiquismiquis con el uso indebido del agua pública.

Las púas son una solución magnífica salvo que una catástrofe nuclear lo pusiera más fácil. En Japón, por ejemplo, han hecho de la necesidad virtud y han contratado mendigos para limpiar Fukushima, que estaba hecha unos zorros. Por 70 euros al día, que es el salario estipulado, aquí habría habido bofetadas. Pero claro, somos tan estupendos, que no queremos mendigos ni energía nuclear y así nos luce el pelo.

Como suele ocurrir con todos los grandes avances de la humanidad, habrá quien critique estos suelos anti-pobres con peregrinos argumentos sobre los derechos de las personas, el trato inhumano y otras zarandajas. Son más baratos que las albergues y una alternativa al enorme gasto en servicios sociales que, afortunadamente, este año Rajoy ha reducido en más de un 36%. No cerremos la puerta al progreso si queremos mantener en pie nuestro admirado estado del Bienestar.

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