Tierra de nadie

Susana baja del trapecio

Los árabes, que en cuestión de proverbios no envidiaban a los chinos, tenían claro que nadie es capaz de saltar más allá de su propia sombra. Y Susana Díaz, a la que se pedía un doble mortal con tirabuzón, una cabriola imposible para hacerse con las riendas del PSOE y permanecer al frente de la Junta de Andalucía, se ha negado a ensayar la acrobacia porque a la andaluza le habían quitado la red y no es Pinito del Oro.

Los amantes de las intrigas, los que siempre vieron a Fouche garabateado en la cara de Rubalcaba, atribuirán al malvado duque de Otranto una genial maniobra póstuma para abdicar en favor de su portavoz adjunto en el Congreso, Eduardo Madina, y segar la hierba a los pies de Carme Chacón que, sentada a ver pasar el cadáver político de su adversario, debió de quedarse de piedra cuando se abrió la tapa del féretro y el fiambre se incorporó para hacerle algo muy parecido a una peineta.

Rebobinemos. Tras la humillante derrota de las europeas, lo natural y lo que hubiera aconsejado una mínima vergüenza torera habría sido que Rubalcaba presentara su dimisión irrevocable como secretario general y que una gestora asumiese el interregno para consumar el único mandato en firme de la Ejecutiva saliente: la celebración de unas primarias abiertas para la elección del candidato a la presidencia del Gobierno y, ya con el liderazgo establecido, proceder a la convocatoria de un congreso del partido que lo refrendara.

En vez de esto, al más puro estilo cospedaliano, Rubalcaba anunció su renuncia en diferido mientras convocaba un congreso que invertía el orden de los factores y que, a primera vista, echaba por tierra las urgencias de apertura y democracia interna que los socialistas habían prometido. Aquello finiquitaba de un plumazo las primarias, al menos su espíritu, ya que con el partido en condiciones tan penosas, meter el dedo y hasta el codo en las heridas compitiendo con el nuevo secretario general habría sido considerado poco menos que una traición.

Viendo la jugada, pero sólo a medias, fueron numerosos los dirigentes socialistas que se volvieron hacia Susana Díaz para reclamar que fuera ella quien asumiera las riendas del PSOE, no tanto por el poder orgánico que representa Andalucía sino porque habría sido impensable que la presidenta de la Junta, convertida además en secretaria general del partido, pretendiera también ser la candidata de las generales en plan Santísima Trinidad.

En medio de las críticas, sonó la voz de Madina, quien para optar a la secretaría general, exigía un cambio en las reglas, de manera que cada militante pudiera participar en la elección. Rubalcaba se sumó con entusiasmo a la propuesta y con él su Ejecutiva, un golpe maestro que de una tacada acababa con las aspiraciones de Chacón, consciente de que su peso entre la militancia venía estando sometido a la dieta de la alcachofa, y con la tentación de Susana Díaz de acumular más poder del que hubiera podido soñar una catequista de Triana.

Sólo con la renuncia expresa de Madina a competir por el puesto, tarea en la que al parecer se ha empleado a fondo algún poder fáctico de los socialistas y algún fáctico sin poder, Díaz se habría atrevido a elevarse cual faro de Rodas con un pie en Despeñaperros y otro en Madrid. Pero la firmeza del vasco, que por primera vez ha mantenido la posición sin arrugarse, le ha hecho descender del trapecio, que ya se sabe que los votos de los militantes los suele cargar el diablo cuando se aburre.

Díaz no tenía nada que ganar y mucho que perder, justamente lo contrario que Madina, al que con plan o sin plan maquiavélico de por medio, no hay que suponerle marioneta de nadie. La humanidad –también esto es un proverbio árabe- se divide en tres clases: los inamovibles, los móviles y los que se mueven. Inamovibles ha habido muchos en el PSOE. El futuro, si existe, es de los últimos.

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