Tierra de nadie

Ciencia... ficción

España –se lo habrán oído en numerosas ocasiones a nuestro presidente del Gobierno- es un gran país, un país de la leche, dicho en términos ganaderos. Si no se nos hubieran torcido las cosas, no es que hubiésemos superado a Italia en renta per capita como nos decía Zapatero, es que habríamos adelantado a Francia en PIB y tendríamos a puñados de alemanes sirviendo relajantes tazas de café con leche en la Plaza Mayor de Madrid en vez de a nuestros investigadores más jóvenes haciendo camas en los hoteles de Berlín.

Cuando estábamos a punto de hacer historia se nos jodió el Perú, pero afortunadamente teníamos a Rajoy y a De Guindos con su llave inglesa para arreglarlo. Ahora volvemos a ser la envidia del mundo, y eso se nota singularmente en nuestro compromiso con la ciencia, que jamás decayó a diferencia de sus presupuestos. Pudimos pasar hambre, pero nuestra inversión en innovación se resistió a descender por debajo del nivel de lo miserable. Somos una nación aliada del progreso, y si siempre inventan ellos es porque muchos de nuestros científicos se han ido a estudiar idiomas al extranjero y a hacer tres comidas diarias, que lo quieren todo estos tíos de la bata blanca.

La prueba de que este Gobierno no vuelve la espalda a los microscopios está en los Presupuestos de 2015, donde la partida de I+D+i civil aumenta un espectacular 1,3% respecto al año anterior, que también registró un avance sideral del 1,26%. Tanto dinero hay sobre la mesa -5.688 millones de euros- que lo habitual es que ni siquiera se gaste el 60% de lo presupuestado ya que se trata en su mayoría de préstamos que nunca se conceden. Somos así de generosos con el avance tecnológico.

El que no investiga en España, por tanto, es porque no quiere o porque el CSIC, que ha perdido cerca de 4.000 de sus efectivos desde 2011, les ha mandado a la calle a buscar un garaje en el que desarrollen su talento como Steve Jobs. No queremos funcionarios en nómina sino emprendedores, y de ahí que lo que antes fuera el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia haya empezado a alquilarse por trozos a empresas para que innoven aunque sea en comida rápida.

Con este panorama, sorprende la noticia de que ese gran país que es España no haya invertido un solo euro en la investigación de una cura contra el ébola, posiblemente porque todos nuestros recursos estén centrados en facilitar a la humanidad remedios fulminantes contra el cáncer o el sida, nos hayamos distraído mandando sondas para que aterricen en cometas, o estemos pendientes de ultimar exoesqueletos made in Spain controlados por la mente para afectados de lesiones medulares, todo ello financiado lógicamente con dinero público.

Más sorprendente aún es descubrir que nuestra gran nación, capaz de construir aeropuertos sin aviones, estaciones de AVE sin pasajeros o autopistas de peaje sin coches, no disponga de un laboratorio con el máximo nivel de bioseguridad, un olvido atribuible a algún funcionario distraído, al que habrá que despedir o quitarle al menos otra paga extra.

España está en la vanguardia, aunque algunos se empeñen en lo contrario. De Guindos, que aunque parezca increíble es el responsable último de la ciencia en España, puede parecer abstraído con sus reformas estructurales y su pelea a machetazos para ser presidente del Eurogrupo, pero su preocupación por el I+D es tan incontenible que a veces le sale por las orejas.

Prueba de estos desvelos fue el viaje reciente a Japón de su secretaria de Estado, Carmen Vela, para participar en la constitución de la Asociación de Científicos Españoles en Japón, que es donde hay que ir para ver a científicos españoles trabajando con medios suficientes.

"Tenemos gran cantidad de investigadores en el extranjero, sabemos que tiene que ser así. La movilidad es una de las cosas importantes en investigación, y queremos saber de ellos y que ellos sepan de nosotros", dijo Vela, que ese día estaba sembrada. Lo de España no es que sea ciencia; literalmente es ciencia ficción.

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