Tierra de nadie

¿El plan B de Mas? El buceo

Si aceptamos que en la peor de sus vertientes la improvisación es un rasgo genuino de lo español, Artur Mas se ha hecho merecedor de un pasaporte carpetovetónico honorífico o, cuando menos, de un diploma de casticismo con escarapela y todo. ¿Era previsible hasta para los esquimales que el Estado español impugnaría la consulta del 9-N? Lo era. ¿Hubiera sido lógico y hasta obligado que los promotores tuvieran un plan alternativo previamente pactado? Eso parece. ¿Cómo es posible entonces que la unidad del soberanismo haya saltado en mil pedazos ante un acontecimiento más predecible que el amanecer? Es obvio que tenemos a un españolazo en la presidencia de la Generalitat.

Sin plan B a la vista, Mas se ha sacado de una manga del terno un itinerario propio con dos etapas. La primera consiste en un sucedáneo de consulta el 9-N, que se realizará al amparo de una normativa existente que mantiene en secreto para no dar pistas a Rajoy y al resto de los adversarios de Cataluña, que son capaces de impugnarla de pura malicia. En dicha consulta, los catalanes deben personarse ante las urnas masivamente, y si no lo hacen suya será la culpa de que el mundo no les tome en serio.

La segunda es la convocatoria de unas elecciones ordinarias en la que los partidarios de la independencia deben confluir en una lista única con la secesión como único punto de su programa. Sobre cómo se compondría esa lista teniendo en cuenta que, a tenor de las encuestas, Convergencia hace tiempo que dejó de ser la primera fuerza de Cataluña, Mas tampoco da pistas, no vaya a ser que los que pongan pie en pared sean en esta ocasión sus propios aliados.

Para justificar que sus principales apoyos hayan considerado una charlotada su idea de encuesta tipo consulta y piensen que la celebración de elecciones en los términos definidos por Mas sólo le benefician a él, el president se ha sacado de la otra manga del traje una hermosa metáfora. En vez de manejar una onda, David se propone hacer esnorkel y, ante la ola gigante desatada por ese Goliat que es el Estado español su alternativa no es enfrentarla, como propone ERC, sino pasarla por debajo para sacar luego la cabeza y seguir nadando a la florentina manera. El plan B, en consecuencia, sería el buceo.

El problema ahora es para las fuerzas soberanistas que, finalmente, han comprendido que al frente del momento histórico más importante de Cataluña no está un timonel serio sino un remedo de la sirenita. Cualquier independentista en su sano juicio ha de concluir por fuerza que  en el momento actual, con una aparente mayoría social predispuesta a navegar en solitario, lo único aceptable es echar el pulso al Estado y seguir adelante con la consulta o, en su defecto, ir a unas elecciones con un programa común, sí, pero cada uno con sus siglas, y que el ganador sea quien maneje la barca a partir de entonces.

ERC, a la que se le podrá discutir todo menos su coherencia, ha propuesto una declaración unilateral de independencia, algo que, sin que necesariamente se comparta, se adecúa más al trayecto realizado hasta la fecha.

A estas alturas, lo que no puede pretender Mas es nadar y guardar la ropa. Tal y como lo ha planteado, tanto sus socios soberanistas como el conjunto de la ciudadanía catalana serán los responsables del fracaso si no se atienen a sus indicaciones, especialmente formuladas para que se le cuente entre los supervivientes en caso de naufragio. Lo más probable, sin embargo, es que acabe en el fondo del mar, como Bob Esponja.

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