Tierra de nadie

Los Pujol, una familia ejemplar

Debe de tratarse de una conspiración contra el soberanismo catalán o esa envidia tan española de no soportar el éxito ajeno. De otra forma no se explica la saña con la que se está arremetiendo contra esa familia de emprendedores que son los Pujol, gente humilde y trabajadora que todo lo que posee lo ha ganado con el sudor de su frente, especialmente en los días más calurosos del verano.

Hay que reseñar, de entrada, que todos los indicios de supuesta corrupción que se han reunido contra los vástagos del Honorable son puramente circunstanciales. De Jordi jr., por ejemplo, se menciona su colección de coches de lujo, como si el hecho de poseer un Jaguar, un Porsche, un Lotus, un Mercedes, un Ferrari, un Lamborghini y así hasta veinte tuviera que ser necesariamente delito y no un inocente coleccionismo como el que acumula sellos de Andorra en un portafolios. A su hermano Josep que sólo tiene nueve también le han mirado mal.

Andorra, precisamente, es uno de los epicentros de estas sospechas infundadas, cuando todo el mundo sabe que está tan cerca de Cataluña que el que más y el que menos va a allí a comprar tabaco. De Jordi se conoce que tenía dinero en el Principado, entre otras cosas porque poco antes de ser imputado transfirió 2,4 millones de euros a México, donde muy probablemente pensaba ir a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Y si negó al juez tener cuentas en el extranjero sería porque en el país de los Pirineos nadie se siente extraño.

En Andorra tenían cuentas su madre Marta y sus hermanos Mireia, Marta, Pere, Oriol, Josep y Oleguer, más de cuatro millones que, según cuentan, les había legado el abuelo Florenci para que a la familia no le faltara de nada si su padre Jordi se metía a la política, se dedicaba a hacer país y no lo conseguía. ¿Se les puede culpar acaso de ser objeto del amor de un abuelo cuando a la menor ocasión que han tenido en los últimos 35 años han regularizado los fondos como corresponde a ciudadanos tan ejemplares?

Prueba de que su entrega al trabajo ha sido absoluta es que sin apenas tocar los fondos de la herencia, la familia ha ido acumulando un modesto patrimonio. Oleguer sólo tiene a su nombre un pisito de menos de 70 metros en Hospitalet, al punto de que si el registro policial del que ayer fue objeto se hubiese realizado allí y no en el casoplón de la calle Teodor Roviralta de Barcelona donde vive no habría habido sitio para que los perros husmearan si guardaba o no bajo el colchón fajos de billetes de 500.

De hecho, el que tiene más espacio para las bicis de los niños es Jordi, que además de un discreto habitáculo de 1.000 metros cuadrados en Pedralbes tiene esa finca de Cerdanya que tan bien le vino a su padre ese verano cuando confesó su pequeño fraude fiscal y quiso alejarse del mundanal ruido. Pere, el ingeniero agrónomo, se conforma con un piso de 400 metros en San Cugat y una casita en el Pirineo leridano, que allí son casi regaladas. Josep, en cambio, prefiere la Cosa Brava para su segunda residencia, porque sobre gustos no hay nada escrito.

A esta familia se le ha criticado por todo y es normal su desconcierto. Se les ha afeado que algunos tuvieran relaciones comerciales con la Generalitat, cuando por otra parte nadie como ellos conocían las necesidades de la Administración catalana. A Jordi, el pobre, se le ha reprochado que se ganara la vida asesorando a contratistas del Govern, como si por el hecho de que un Pujol estuviese por medio les asegurara las adjudicaciones. De Pere, otra víctima de estas maliciosas suposiciones, se le ha criticado que se hinchara a ganar dinero con informes sobre parques eólicos pagados por la consellería de turno, cuando la verdad es que los hacía de lujo y a dos espacios. El mismo gallo le ha cantado a Josep, al que se ha acusado de dar un pelotazo al vender su asesoría a Indra poco antes de que la multinacional empezara a firmar suculentos contratos con la Generalitat.

A otros, los reproches les han llegado por todo lo contrario. Es el caso de Oleguer, que ha dado que hablar por el mero hecho de haber pilotado una operación de compra de más de mil oficinas del Banco Santander por 2.000 millones de euros o la de un hotel en Canarias con fondos procedentes de las islas Vírgenes, cuando lo raro sería que el dinero procediera del madrileño barrio de Vallecas. O el de Oriol, el político, al que tratan de acusar de cohecho por un ponme aquí unas ITV.

Lo más sangrante es que, junto al descrédito de esta familia sin mácula, se haya querido enlodar a un partido como Convergència, paradigma de honestidad, a la que sin más fundamento que un montón de pruebas se le quiere convertir en destinatario de fondos del Palau y de ese truhán llamado Félix Millet, razón por la cual tiene embargada su sede hasta nuevo aviso. ¿Que si ya nadie se acuerda de Prenafeta y de Macià Alavedra y de sus comisiones urbanísticas y sus actividades financieras en paraísos fiscales? Pues no, ya nadie se acuerda.

CDC ha dado permanente testimonio de su rectitud y otro tanto cabe decir del Govern en la prolongada etapa en la que Pujol hacía país desde su despacho de la Generalitat. De esa calumnia de las mordidas del 3% por cada obra pública nadie escuchó hablar, excepción hecho de Artur Mas que se puso como un hidra cuando se lo restregó Maragall a la cara en el Parlament y a poco no hay Estatut. Nadie mejor que Mas, que de tanto ser el delfin de Pujol le salió una aleta dorsal, para combatir las iniquidades que se están lanzando contra una familia ejemplar.

Si todo lo que se dice fuese cierto, la prensa catalana, bien alimentada por los dátiles que durante tanto tiempo fue el oasis catalán, habría dado cumplida cuenta de ello. No había nada que investigar porque ni había motivo ni tocaba. Así de sencillo.

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