Tierra de nadie

Mato acabará con el ébola

Hacía falta un mensaje tranquilizador, alguien que desactivara las alarmas, una persona de solvencia acreditada y contrastado aplomo. Y en esas llegó Ana Mato en estado puro para explicarnos que el contagio por ébola de una de las auxiliares de enfermería que trató a los misioneros fallecidos por el virus no debía preocuparnos. Aquello y la imagen de unas sábanas extendidas a modo de biombo para aislar a otro supuesto infectado en el Hospital de la Paz de Madrid fue el láudano que la población necesitaba para respirar aliviada. Tenemos, sin duda, una ministra de Sanidad que no nos la merecemos.

Mato es de las que no engañan, una mujer previsible muy del gusto de nuestro previsible presidente del Gobierno. De ahí que a nadie pudo extrañarle que la ministra nada supiera acerca de la fuente del contagio, pese a afirmar que siguiendo los protocolos de prevención no hay quien nos gane. Hubiera sido sospechoso que una persona que desconoce qué hace un Jaguar en su garaje o quién paga la comunión de sus hijos viniera ahora a decirnos qué pudo ocurrirle a la sanitaria para contraer la enfermedad. Eso sí que nos hubiese sobresaltado.

La radiografía que en estas mismas páginas hace Paula Díaz sobre la manera en que el sistema sanitario español ha afrontado el tratamiento de casos de ébola revela hasta qué punto no hay motivo de tribulación: cursillos de 15 minutos, un laboratorio de broma, instalaciones abandonadas y reacondicionadas a la carrera, protocolos inexistentes o insuficientes, ausencia de un registro del personal dedicado a la atención de los enfermos y un largo etcétera. Nuevamente somos la envidia de Europa y del resto del mundo.

Es bien sabido que Mato no quiere protagonismo. Lo importante, como dijo en su día, es la gestión, y esta mujer lo que es gestión lo borda en punto de cruz. La primera crisis del ébola y el traslado a España el sacerdote Miguel Pajares la pilló al pie del cañón en Cádiz, siempre en primera línea (de playa). Su dedicación al caso fue absoluta y para demostrarlo el Ministerio tuvo que enviar una foto de la ministra reunida como mandan los cánones, en abierta demostración de que el bronceado no es incompatible con las obligaciones del cargo.

Aquí se ha funcionado como un reloj suizo. Si una trabajadora sanitaria llega a un hospital con fiebre días después de haber atendido a un enfermo de ébola se le manda a su casa, se le recetan unas aspirinas y se le recomienda que haga vida social. ¿Quién podía pensar en ese momento en una infección? Más aún, ¿cómo alguien iba a sugerir inmovilizarla en su domicilio hasta comprobar que se trataba de una falsa alarma? ¿Quién iba a tener el corazón tan duro como para aconsejar esta medida estando además la auxiliar de vacaciones?

Pese a ello, todo está bajo control. Se ignora –respecto a la ignorancia, la ministra es inflexible- el círculo de personas que frecuentó, si viajó en metro o si fue al concierto de Manuel Carrasco, que a primeros de septiembre tocaba en Alcorcón. Se ignora si a alguien se le ha ocurrido esterilizar su vivienda. Se ignora si es trascendente que el virus del ébola haya podido llegar al alcantarillado (la paciente no sólo tuvo fiebre esos días sino también descomposición). En definitiva, Mato está a sus anchas en medio de esta ignorancia superlativa.

Colocar a esta ministra al frente de una crisis sanitaria es como hacer oposiciones a la peste bubónica con más plazas que aspirantes. Pero no hay de qué preocuparse. La culpa, en todo caso, será de la enferma, que se habrá quitado el traje protector a lo loco para irse a las rebajas. ¿Dimisiones? No fastidien. Lo importante es que la población esté tranquila. Todo se ha hecho como Dios manda, que es como este Gobierno hace siempre las cosas menos en lo del aborto porque quita votos. Y, sobre todo, no levanten la voz que Mato está gestionando y podría distraerse. El ébola tiene los días contados.

 

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