Tierra de nadie

El estreñimiento de Rouco Varela

Una de las muchas revelaciones contenidas en el espléndido retrato de Rouco Varela escrito por el periodista José Manuel Vidal (Rouco: la biografía no autorizada. Ediciones B) lo explica todo sobre el personaje: el arzobispo padece una suerte de estreñimiento crónico que le impide visitar el trono con la asiduidad debida, lo que para un príncipe, aunque sea de la Iglesia, es una tremenda contrariedad.

El dato puede parecer anecdótico pero un tránsito intestinal más atascado que la M-30 en hora punta avinagra a cualquiera, y de ahí el rictus de faraón embalsamado del cardenal, para el que no se encontraba explicación razonable hasta la fecha. Tal mortificación gástrica y sus terribles consecuencias hemorroidales -que Rouco ha padecido en silencio en medio de la indiferencia general- han forjado ese carácter hosco y, posiblemente, su propia deriva política desde la progresía a la ultraderecha, que es otra de las aportaciones del libro de Vidal.

En el estreñimiento se encuentra también la razón última de ese encastillamiento de más de seis meses de Rouco en el Palacio Arzobispal, lo que obligó a su sucesor Carlos Osoro a buscar acomodo en una residencia de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados hasta que ha sido posible convencer a Antonio María el okupa de que depusiera su actitud. Los estreñidos tienen pánico a los desplazamientos y a los cambios de hábitos y, aun a riesgo de caer en una contradictio in terminis, abandonar la planta noble de la mansión de la calle de San Justo y dejar de vivir como un cura con tres parroquias es un cambio que te cagas.

La Iglesia, siempre en auxilio de los más desamparados, ha tenido que idear una solución para el drama intestinal del hombre que ha regido los destinos de la Curia española con mano de hierro y colon de acero: trasladarle a un ático de superlujo de 370 metros a escasa distancia, una vez desalojados los cuatro religiosos que allí moraban y después de someter la vivienda a una reforma que, al parecer, ha costado medio millón de euros de nada. Los católicos que han alimentado los cepillos de los templos de Madrid han de ser conscientes de que su dinero no ha podido emplearse en una causa más noble.

Los servicios que el hoy arzobispo emérito ha rendido a la cristiandad son impagables. Gracias a él y a su autoritarismo, la Iglesia española ha regresado a toda leche a la Edad Media, un viaje sin escalas que ha sido posible por esa labor pastoral suya a la que sólo una frase haría justicia: todo lo que os gusta es pecado o engorda. Ciego ante los casos de pederastia, fuerte con los débiles e insensible a los padecimientos de sus fieles, su precipitada jubilación ha dejado huérfanos a quienes anhelaban la resurrección de la Inquisición y sus espectáculos de fallas humanas. En ello estaba.

De su traslado bajo palio al ático episcopal sólo hay un detalle que empaña la austeridad que siempre ha guiado sus pasos. El pisazo dispone de cuatro cuartos de baño alicatados hasta el techo. ¿No es éste un lujo innecesario?

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