Tierra de nadie

El comisario Villarejo también tiene una manta

Así, como al descuido, acabamos de enterarnos de que existe una red de inspectores del alcantarillado que vigilan las cloacas del Estado y que se hacen llamar agentes encubiertos. Este cuerpo de fontaneros, que caso por caso deciden si lo mejor es actuar contra el atasco, aumentar la presión del agua para que la mierda fluya por las cañerías o, incluso, obstruir el desagüe ellos mismos, forman un grupo de casi sesenta policías muy discretos con redes de internacionales de infiltrados entre los malos malísimos del mundo mundial. Por lo que se ha sabido, trabajan en paralelo a los espías del CNI y, si lo que se dice es cierto, les tienen además mucha manía. Uno de ellos es el ya famoso comisario Villarejo.

Villarejo también era discreto, una sombra que sobrevolaba las operaciones policiales contra el tráfico de armas o de drogas y la corrupción, y cuya información en migajas repartía entre algunos periodistas. Al comisario le conocía hasta el apuntador pero su nombre apenas si había trascendido, salvo cuando se hizo público que había elaborado un informe para vincular al juez Garzón con narcotraficantes y con orgías y tuvo que ser destituido. Como se ve, volvió por sus fueros.

Los agentes encubiertos son tipos con muchos recursos. Villarejo, en concreto, tiene una red de empresas con un abultado patrimonio –puestas, según se ha comentado, al servicio del Estado-, un periódico digital que canta sus hazañas y hasta una asociación que actúa en los tribunales como acusación cuando lo cree oportuno. También tiene abogados muy diligentes, que a la mínima –como este mismo diario ha experimentado - te citan en el juzgado para que te retractes de haber dicho que es de día cuando hace sol.

La última de sus posesiones es una manta zamorana de la que está dispuesto a tirar porque un agente así no permite que le tosan ni que le mojen la oreja y menos aún que le quieran hacer la cama con embozo y todo, tarea en la que al parecer estaría el propio CNI y algunos policías de Asuntos Internos a los que tiene declarada la guerra.

El comisario no aguanta una broma, por mucho que el gracioso se llame Ignacio González y tenga un ático en la Costa del Sol con jacuzzi en la terraza que ahora podrá visitar más a menudo por eso de que dispondrá de más tiempo libre. O Jorge Fernández Díaz, cuyo ministerio ha intentado tapar el escándalo del ático en los tribunales, y sorprendido con las vergüenzas al aire no se le ha ocurrido otra que anunciar un expediente para conocer de dónde le vienen a Villarejo tantas sociedades ya que de González ha de conocerlo todo y por escrito.

Para curarse en salud, Villarejo se ha hecho escribir un laudatorio en su propio periódico, que para algo es suyo, y de paso ha dejado caer un par de secretos de Estado en prevención de que las cañas se le tornaran lanzas. A mayor abundamiento, el digital en cuestión ha revelado de soslayo unas supuestas presiones que el Rey emérito habría ejercido sobre su rubia favorita y su familia con el objetivo de que la princesa de nombre impronunciable volviera a sus brazos, las únicas de sus extremidades que no han pasado recientemente por el taller. Y ya de paso, ha mandado un recadito a sus distraídos colegas del CNI, que presuntamente habrían extraviado el dinero del rescate dispuesto para liberar a unos periodistas secuestrados.

Como suele ocurrir con este tipo de personajes no se puede saber a priori si estamos ante un héroe o un villano, ya que el actor Villarejo ha debido representar ambos papeles con gran éxito de crítica y público. Lo único cierto es que ahora se ha visto envuelto en este tumulto porque un adolescente de 20 años se presentaba como empleado suyo. El joven se llama Nicolás y de pequeño tiene lo que Villarejo de ingenuo.

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