Tierra de nadie

Los seres humanos normales y los raritos

Los grandes filósofos han reflexionado mucho sobre el ser humano. Para Platón era esencialmente un alma atrapada en la cárcel del cuerpo. Descartes buscó su esencia en la racionalidad, Marx en su condición de productor y Nietzsche atisbó al superhombre cruzando puentes bajo el arco iris tras dar a Dios sepultura. Ninguno de ellos se atrevió a establecer categorías como hizo este sábado Rajoy en la presentación de los candidatos autonómicos del PP, una pandilla de iletrados que no supieron apreciar la miel que el presidente pensador escanciaba tiernamente sobre sus labios.

Existen, según Rajoy, dos tipos de seres humanos: los normales y los otros, a los que llamaremos los raritos a falta de definición precisa por parte del sabio de la Moncloa. Los normales son la gente honrada que quiere a su país, que no hacen sino escrutar al PP y que, finalmente, le darán la victoria en las próximas elecciones como no puede ser de otra manera. La característica fundamental de los seres normales es que sienten a España -posiblemente les duela como a Unamuno-, quieren que crezca, quieren que se cree empleo y, lo que es más bonito, quieren a las personas.

Según se dedujo de su parlamento, los seres humanos normales no son perfectos. De hecho, millones se han colocado detrás de populistas y demagogos, o sea de Podemos y de Ciudadanos, aunque ellos no sean ni una cosa ni otra. Muchos, convenientemente pastoreados, caerán del caballo como Saulo y terminarán por abrazar la fe verdadera, que es la de la eficacia y la responsabilidad y no la del sectarismo y la demagogia.

Tiempo habrá de que los estudiosos expliquen las raíces más profundas del pensamiento rajoyiano pero a bote pronto se aprecia una influencia freudiana, una apelación directa al superyo, a esa instancia moral que debe evitar que el yo, tras aplicar la razón a los sucesos cotidianos y analizar los supuestos logros del Gobierno, mande a hacer puñetas a Rajoy y a su partido.

Cabe destacar que esta aportación esencial a la historia de la filosofía fue completamente improvisada, ya que en el discurso escrito no figuraba alusión alguna a los seres humanos normales. Combatía así el presidente su fama de polvorón y, lejos de desmoronarse sin papel, se permitió el lujo de codearse con Kant, que sólo acertó a definir al hombre como el resultado de su propia educación.

Ahora bien, ¿qué pasa con los raritos? A falta de que Rajoy termine de plantear su teoría, cabe suponer que pueden subdividirse en dos: de una lado, estaría gente honrada que trabaja, que se preocupa de su país y que siente a España pero que, por falta de costumbre, nunca escucha a Carlos Floriano, y así es muy difícil que asuma que en un futuro cercano podrá atar a su perro con las longanizas que le proporcione el Ejecutivo; y de otra, una caterva de antipatriotas indecentes que seguirán haciendo la ola a los populistas en cualquier circunstancia y cuyo único objetivo es abortar el despegue hacia la prosperidad que el piloto Rajoy ha iniciado pese al viento duro de Levante. Los raritos, por tanto, son lelos o taimados.

Con estos últimos no caben componendas, porque si algo busca el PP son españoles de bien y votantes honrados aunque sólo sea para hacer contrapunto a algunos de sus dirigentes. Los primeros, especialmente si se trata de los inconscientes que votarán Ciudadanos, son otra cosa porque siempre será posible algún tipo de pacto con ese frívolo y demagogo de Albert Rivera. Con ellos no todo esté perdido.

Así las cosas y a tenor de las encuestas, los raritos son un peligro o, como dice Rajoy, una fuente de problemas para el país. Sólo el PP puede conjurarlo porque si existe es, en opinión de su filósofo, para atender las inquietudes, los desvelos y las dudas de esa gente abnegada y trabajadora. El partido de los seres humanos normales vela por nosotros.

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