Tierra de nadie

Más corrupción con la nueva política entretenida en jugar a la silla

Mientras llega la nueva política, ahora mismo atrapada en un atasco de sillas y grupos parlamentarios que ocupan toda la calzada, se ha conocido un nuevo caso de corrupción que afecta en esta ocasión a la sociedad estrella del Ministerio de Agricultura para la gestión de las obras públicas hidráulicas de la cuenca mediterránea. Los de Acuamed, que así se llama la empresa, adjudicaban fraudulentamente contratos a sus constructoras amigas e hinchaban las liquidaciones para aumentar el importe de las facturas, de manera que el dinero emprendía un camino de ida y vuelta por los vasos comunicantes de la chorizada hasta acabar presuntamente en el bolsillo de los directivos públicos. Nada nuevo bajo el sol.

Entre los detenidos hay varios ejecutivos de Acciona y de FCC, que no dejarán de ser chivos expiatorios de sus ricos y honorables jefes porque, obviamente, no está previsto que alguien apellidado Entrecanales o Koplowitz de cuentas por estos actos. Las cadenas de estas grandes corporaciones siempre se rompen por el eslabón de los delegados territoriales, que harían bien en sindicarse y pedir un plus de peligrosidad.

El único constructor honesto que uno ha conocido se llamaba Jesús Roa, presidente de Ocisa y jefe entonces de Florentino Pérez, que luego cambiaría el nombre a la empresa al de ACS por aquello del qué dirán. A Roa le pillaron entregando un maletín con 22 millones de pesetas a un comisionista para la adjudicación de una carretera en Andalucía y acabó condenado en primera instancia por cohecho y falsificación. Todos pagaban mordidas entonces y las siguen pagando ahora pero, a deferencia de sus pares, Roa asumía toda la responsabilidad y no dejaba que el trabajo sucio lo hicieran subalternos.

El honradísimo Florentino Pérez, al corriente de estas prácticas, fue designado para sucederle. Más tarde sugeriría públicamente que Roa era un corrupto y que él había limpiado la empresa. Aquello fue la gota que colmó la paciencia de una mujer, Jacoba, esposa de Roa, que agarró el teléfono y llamó al entones aspirante a la presidencia del Real Madrid: "Como te atrevas a hacer esto otra vez, se va a enterar todo el mundo de quién eres tú", le dijo. No le hizo falta cumplir su amenaza.

Ahora que se ha puesto de moda combatir hasta el final la corrupción, tarea ciclópea a la que la nueva política dedicará todos sus esfuerzos cuando acabe el juego de la silla, no estaría de más extender la responsabilidad penal de estas conductas a los habitantes de esos confortables consejos de administración que siempre tienen a mano una o varias cabezas de turco para evitarse sobresaltos. No basta con atrapar al camello; hay que pillar al traficante.

Basta repasar la reciente historia penal para comprobar que ninguno de los grandes señores del ladrillo ha probado la comodidades del sistema carcelario, pese a que su sector ha estado siempre en el centro de las grandes corrupciones del país y en oscuras connivencias con el poder político donde lo cotidiano era el tráfico de la influencias y la maquinación para delinquir.

No hay corrupto sin corruptor y viceversa. En el caso de Acuamed existe una responsabilidad inicial de un Ministerio, el de Agricultura y Medio Ambiente, que bien podría haber asumido directamente las funciones de la empresa. ¿Qué sentido tenía delegar asuntos tales como la contratación, construcción, adquisición y explotación de obras hidráulicas en esta compañía? Pues sortear las limitaciones y controles que se aplican tanto a sueldos como a los contratos del Estado, algo de lo que ya advirtió el propio Tribunal de Cuentas en su fiscalización de la sociedad. Hecha la ley, hecha la trampa.

Lejos de poner diques a la corrupción, el sistema está concebido para facilitarla. El problema no son los golfos, que siempre los habrá a montones, sino la actuación de quienes debieran evitar sus golfadas como cooperadores necesarios. Entre tanto, el dinero público seguirá volando, en abierta contradicción con la ley de la gravedad.

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