Tierra de nadie

El indio Evo Morales nos la quería jugar

Los demócratas del planeta se han puesto muy contentos con la derrota en el referéndum de Bolivia que debía permitir a Evo Morales optar a un cuarto mandato con el que mantenerse en el poder hasta 2026, es decir 20 años ininterrumpidos. La perspectiva tenía alarmadísima a la comunidad internacional, especialmente a Occidente, que tiene muy engrasado su sensor de injusticias y reacciona siempre a tiempo contra todos los desmanes, ya adopten la forma de guerras, dictaduras, crisis de refugiados, epidemias en África, hambre en el mundo o, singularmente, de caudillo latinoamericano.

Morales, ya saben, es ese indio extravagante que viste un jersey a rayas, que no tiene ningún master en la London School of Economics porque sus trabajos como albañil, panadero o trompetista sólo le dieron para graduarse como bachiller y que, en el colmo de la desfachatez, se atrevió a llamar república a España al ir a saludar a nuestro rey campechano, hoy emérito.

Los bolivianos siempre han estado en el centro de las preocupaciones de las naciones más avanzadas y, de ahí que las alarmas sonaran cuando Morales llegó al poder en 2006 y empezó a nacionalizar los hidrocarburos, la electricidad y los recursos naturales del país, y sonaron aún más cuando invirtió los ingresos adicionales del Estado en industrializar el país, construir redes de transporte y viviendas y favorecer la artesanía y el desarrollo rural. Cuando Bolivia puso en órbita en colaboración con China un satélite propio las alarmas sonaron tanto que se llegó a pensar en llamar a un técnico por si el mecanismo se había vuelto majareta.

Ha sido un sinvivir para los oídos. Las alarmas han sonado año tras año, a medida que el PIB boliviano crecía a un promedio del 5% y se multiplicaba por cuatro hasta los 33.000 millones de dólares; y lo siguieron haciendo cuando la pobreza pasó del 60% al 32%, el salario mínimo de 440 pesos a 1.656, el paro llegó al 3,2%, el más bajo de la región, la inflación se estabilizó en torno al 5% y casi una tercera parte de la población, en torno a 2,6 millones de personas, se encuadraron en la clase media. Morales ha sido tan dañino para Bolivia que hasta ha institucionalizado el cobro de impuestos y las reservas en divisas suponen a día de hoy cerca del 50% de la economía nacional.

A diferencia de otras naciones golpeadas por la caída en picado del precio de las materias primas, Bolivia ha mantenido su tasa de crecimiento gracias a que ha aumentado el consumo de los hogares y la inversión pública y está a punto de quemar las alarmas con las previsiones de la Cepal para este año: el PIB avanzará un 4,5% por el repunte de los salarios y del consumo, algo que puede permitirse un país con "sobradas reservas" y "escasa deuda externa".

Ante este desolador panorama, la derrota de Morales en el referéndum ha supuesto un gran alivio, aunque todavía nadie se explique por qué estos dictadores populistas aceptan el veredicto de las urnas siendo tan caudillos y tan populistas.

La verdad es que se veía venir algo semejante. A diferencia de España, donde la corrupción asociada al partido en el poder apenas si da titulares, en Bolivia se ha conocido recientemente un caso especialmente grave que implica al llamado Fondo Indígena, creado para financiar proyectos de desarrollo en áreas rurales. Supuestamente, entre 7 y 20 millones de dólares de proyectos no realizados o inconclusos habrían sido transferidos a cuentas de particulares, un gravísimo escándalo visto desde nuestra perspectiva e imposible por estos predios. En abierta demostración de la complacencia del régimen con lo sucedido, se han identificado a más de 100 responsables, siete de los cuales han sido detenidos, entre ellos la exministra de Justicia y Desarrollo Rural y dos dirigente sindicales próximos al partido de Morales. Dos de sus senadores fueron sometidos también a arresto domiciliario.

No queda ahí la cosa. Simultáneamente, se supo que la expareja de Morales, Gabriela Zapata Montaño -con la que habría tenido un hijo que en un principio se dijo que había fallecido- ejerció de comisionista para la empresa china CAMC Engineering, adjudicataria de siete grandes obras estatales gracias, supuestamente, a los buenos oficios de esta señora en el proceloso mundo del tráfico de influencias. El caudillo, lógicamente, hizo lo que se esperaba de él y la Justicia acaba de enviar a Zapata a la cárcel de mujeres de Obrajes, imputada por tres delitos. Algo semejante jamás hubiera podido producirse en un país desarrollado tipo España.

En democracias avanzadas como la nuestra, donde nuestra Constitución por el momento no impide que un presidente pueda permanecer en el cargo hasta la muerte a condición de que gane las elecciones cada cuatro años, vemos con especial preocupación que un indígena iletrado que ha sumido a Bolivia en los diez años de mayor prosperidad de su historia intente perpetuarse en el poder. Es algo que nos rebela como occidentales y como demócratas.

Afortunadamente, los bolivianos han estado listos. Si en los cuatro años que restan de mandato a Morales el Movimiento al Socialismo (MAS), su partido, consigue alumbrar un sucesor que complete la tarea, las alarmas seguirán sonando. Y si el delfín, además, no se parece a Maduro el ruido será ensordecedor.

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