Tierra de nadie

¡A la mierda!

Después de enviar sistemáticamente a lo hoguera a los Galileos que cuestionaban su inmovilismo, los inquisidores económicos han empezado a convencerse de que el control del déficit no es el centro del Universo sino un agujero negro por el que se han precipitado en los últimos años familias, empresas y países enteros. Los doctores de esta iglesia nunca se caen del caballo pero al menos han aceptado como evidencia que el mejor remedio contra el asma no puede ser el ahorcamiento ni la inmersión en bañera, por eso de que no se conoce a un solo muerto que pague sus deudas.

El primero en percatarse de esta evidencia ha sido el FMI, que sabe mucho de asfixias y de fiambres porque no ha hecho otra cosa que lonchear estados con sus recetas. Así, al tiempo de que Grecia aprobaba un recorte de las pensiones y la subida generalizada de impuestos como le exigía la UE para seguirle prestando con una mano lo que tiene que devolverle con la otra, la directora gerente del Fondo, Christine Lagarde, ha advertido a la UE de que no hará más desembolsos si paralelamente no se llega a un acuerdo para aliviar la deuda de Atenas, que como también era evidente es insostenible e impagable.

No habrá quita, porque no hay Giordano Bruno que convenza a Merkel de que su sol es una estrella más sin que le prenda fuego a los bajos del pantalón, aunque al menos se abre paso una fórmula que daría a Grecia más tiempo, menos intereses y los 8.000 millones que se han ganado en operaciones con bonos helenos. En definitiva, deja de ser una herejía reestructurar su deuda, que era lo que pedía todo el mundo con dos dedos de frente y una habilidad básica para las sumas y las restas.

Con la ola contra la austeridad ya en marcha, este lunes el ministro Margallo se puso a surfear sobre ella. Tras años de escuchar a sus colegas del Gobierno y a él mismo que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que había que apretarse el cinturón aun a riesgo de que el riego sanguíneo no nos llegara a las piernas, dijo ayer que nos habíamos pasado de frenada, cuatro pueblos para ser exactos, y que una cosa es el ascetismo presupuestario y otra pegarnos un tiro en el pie y poner en peligro el crecimiento económico.

Para entendernos, quienes sostenían que Keynes no era del todo imbécil y que para mantener encendida una caldera hay que alimentarla con algo de leña o resignarse a morir congelado tenían más razón que un santo. Tenían razón también los que pedían mirar a Estados Unidos, porque allí se crecía y aquí no, los que exigían a Alemania gastar más y tirar del carro, lo que imploraban que el BCE comprara deuda pública, privada y mediopensionista y los que alertaban contra una reducción suicida del déficit. Es decir, que quienes nos gobiernan y aspiran a seguir en el machito podían haber evitado el daño colosal que han causado, y si no lo hicieron fue por estulticia, servilismo o por ambas cosas a la vez.

En el camino de las rectificaciones ha entrado hasta la propia CEOE, uno de cuyos vicepresidentes, Antonio Garamendi, explicaba este lunes que quizás haya llegado el momento de relajar la moderación salarial, que no es que fuera un cinturón sino más bien un puñetero cilicio que ha venido mortificando a los trabajadores con una penitencia añadida.

La patronal sigue queriéndolo todo, que haya despido libre, que se bajen los impuestos y, por supuesto, las cotizaciones sociales, pero alguna de sus mentes preclaras ha debido de caer en la cuenta de que con salarios tan bajos no hay quien consuma y sin consumo no hay quien produzca y sin producción sobra las empresas. Y como con salarios tercermundistas y sin gasto cae la recaudación fiscal, y si ésta baja habrá que subir impuestos a los que menos pagan, o sea los empresarios, para que no se hunda el Estado o la Seguridad Social, la CEOE parece decidida a correr en su propio auxilio.

Así que tras una lenta y penosa travesía, los que estaban al mando del timón vienen ahora a contarnos que, sin llegar a las comodidades de un crucero, hubiera sido posible llegar a puerto sin tener que empujar el barco a nado y tragando agua. Dan ganas de mandarles a freír espárragos.  O mejor a la mierda, como hizo Labordeta.

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