Tierra de nadie

Rosell y el Blandi Blup

Le habían pedido a Joan Rosell, el presidente de la CEOE, que presentara un informe sobre la digitalización de la economía, y en honor a la verdad hay que proclamar que ni buscando se hubiera podido hallar a ponente más preparado. La digitalización ha marcado el rumbo de este visionario liberal desde que su familia le colocó a dedo al frente de la juguetera Congost, de cuyo inolvidable Rescate Espacial siempre se olvidaron los Reyes Magos y eso que en aquel entonces no les vestía Carmena.

A dedo fue reclutado para distintos consejos de administración y también dactilarmente alcanzó la cima de la patronal catalana y de la española, porque calificar de democrático su proceso de elección sería una desafortunada exageración. La única vez que se apartó de la digitalización fue para fundar un partido, Solidaridad Catalana, con uno de sus mentores franquistas, el expresidente de Fecsa Juan Echevarría, y tal fue su fracaso en las elecciones catalanas de 1980 que rápidamente volvió a por donde solía.

Disertaba Rosell este martes sobre ese mundo digital que ha cambiado el mundo y su vida cuando coló de matute una reflexión sobre el empleo. "Lo del trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX", sentenció. Y como si no le pareciera bastante añadió que en el futuro habrá que ganarse el trabajo todos los días, dando a entender que el personal tiende a relajarse, se deja llevar y sólo da el callo en defensa propia cuando el empresario le observa.

Lo cierto es que gracias a esos decimonónicos trabajos "fijos y seguros", la gente ha comprado los juguetes de su empresa familiar, ha pagado las casas de Inmobiliaria Colonial, se ha montado en las atracciones de Port Aventura y ha pedido créditos en la Caixa, sitios todos éstos donde Rosell ha ido amasando un capitalito que le permite vivir con el mismo desahogo con el que se expresa. Hay cosas, por otra parte, que trascienden a los siglos, que son del XX, del XXI y lo serán del XXII si nadie lo remedia, tal que las subvenciones públicas a empresas, otro concepto decimonónico que viene a costarnos del orden de 3.000 millones de euros que pagamos a tocateja de manera fija y segura año tras año.

Las ideas de Rosell son avanzadísimas, de vanguardia. La cabeza de este emprendedor que pide que a los niños se les enseñe a innovar desde la guardería, quizás porque él mismo no ha creado nada en su vida (salvo que el Autocross de Congost, otro clásico, sea idea suya), está siempre en constante ebullición. Temperaturas tan altas explican posiblemente que hace unos días reclamara para el país "reformas que duelen pero de las que curan", del estilo, según dijo, de la "mercromina" que usaban las madres en las rodillas de sus retoños. O que un par de años atrás planteara un contrato único, fruto de un pacto intergeneracional, que consistía en que los padres con contratos indefinidos de más de 30 años renunciaran a ellos para que mejoraran los de sus hijos.

De ese hervidero han surgido propuestas tan revolucionarias como instaurar un salario mínimo para jóvenes –hipermínimo, se entiende- o reducir los días de permiso por fallecimiento, en la línea ya trazada por su antecesor, el presidiario Gerardo Díaz Ferrán, de trabajar más y ganar menos.

Dicen que la suya es una cabeza muy bien amueblada, seguramente en caoba, y que sus recetas no dejan de inspirarse en Hayek, y en esa especie de sociedad secreta de pensamiento liberal, la Mont Pelerin, a la que asegura pertenecer. Sin embargo, parece más influenciado por ese mundo del juguete del que formó parte, en el que los trabajadores son simples mecanismos movidos por pilas y sustituibles al final de una corta vida útil. Fabricaba Congost, por cierto, el Blandi Blup, una especie de moco verde que daba mucho asco a las madres que llevaban la mercromina en bandolera. Rosell es capaz de conseguir el mismo efecto sin moco a la vista.

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