Tierra de nadie

Éramos pocos y parió Felipe

Algunos en el PSOE deben de estar muy desesperados o la situación ha llegado a un punto en el que vale cualquier cosa, ya sea quitar caramelos a los niños o atemorizar a las ancianitas mientras cruzan la calle. La prueba acabamos de tenerla hoy mismo en la entrevista que la Ser ha hecho a Felipe González, un jarrón chino que, entre pedir favores a genocidas para que sus amigos hagan negocios y encogerse de hombros con las cuentas en paraísos fiscales de su señora, aún tiene tiempo para hacer de pirómano en su partido, actividad ésta a la que lleva años entregado en cuerpo y alma.

González tiene un problema con todos los secretarios generales que le han sucedido, especialmente con los que él no ha colocado como venía siendo la costumbre de la casa. Le ocurrió con Zapatero, al que consideraba un perfecto botarate, y le pasa ahora con Sánchez, al que sólo le ha faltado pedirle que se suicidara para hacer un favor a la humanidad en su conjunto. Si en un tiempo llegó a guardar las formas en sus tejemanejes, que han sido constantes, a estas alturas ya ha perdido cualquier atisbo de vergüenza ajena y propia. Zapatero, que lleva más de un año malmetiendo para facturar a Sánchez a Madagascar sin billete de vuelta, ha sido mucho más discreto, quizás porque no ha llegado a la categoría de jarrón chino y se mantiene aún como vaso de Duralex.

Que la supuesta autoridad moral del PSOE, el referente que debía jugar el papel de árbitro en las disputas y no el de extremo derecha, intervenga en la batalla interna como un kamikaze al servicio de una de las partes es un síntoma de la degradación a la que ha llegado el personaje. La culpa no es sólo del jarrón, claro está, sino de un partido que nunca se atrevió a matar al padre como era su obligación y le ha permitido impartir lecciones sobre lo que había que hacer y con quien había que pactar desde la cubierta de un yate mientras le ponían cremita en la espalda.

El expresidente no tiene pudor alguno, aunque su capacidad de influencia se circunscribe a quienes han hecho del lameculismo una forma de vida. En la militancia causa pena y risa a partes iguales. Jugó a favor de Almunia en las primarias contra Borrell y perdió. Igual le ocurrió en el Congreso que eligió a Zapatero, donde su apuesta para la triple gemela era Bono, que por entonces no tenía hipódromo. Frente a Sánchez, su opción era Madina, al que llegó a visitar en Marrakech para convencerle de que era la esperanza del partido y sacarle a manotazos de la zona valle de su ciclotimia. Ahora parece obvio que su solución es Susana Díaz, tal vez la solución final.

Si el PSOE sobrevive a ésta alguien tendría que encargarse de cantarle las verdades del barquero. Decirle, por ejemplo, que el país no le necesita y menos aún su partido, cuyos males por cierto tienen su origen en la deriva neoliberal a la que le sometió durante su reinado. Alguien debería explicarle también que sus coqueteos con las multinacionales abochornan casi tanto como sus intermediaciones para conseguir exploraciones petrolíferas para sus amiguetes.

Ha dicho González que Sánchez le mintió porque le prometió que se abstendría en la segunda votación para hacer presidente a Rajoy y que, víctima de ese engaño, escribió un artículo en julio defendiendo esa postura. Le faltó explicar de quién fue entonces la idea de apoyar una eventual coalición PP-PSOE "siempre que el país lo necesite", una bomba atómica sobre su amigo Rubalcaba, que por aquel entonces, a los mandos del PSOE, intentaba convencer al mundo de que su giro a la izquierda no era una impostura.

Opina el exconsejero de Gas Natural que Sánchez tendría que asumir su responsabilidad por las derrotas electorales y dimitir, y que el PSOE debería favorecer el Gobierno de Rajoy para evitar unas terceras elecciones que conducirían a una crisis del sistema. Lejos de incomodarse, Sánchez tendría que mostrarse complacido de que, por su culpa, el jarrón chino haya caído tan bajo.

 

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