Tierra de nadie

El mosquetero Borrell regresa veinte años después

De Josep Borrell se saben algunas cosas. La primera, que es un tipo brillante, una especie de supernova en un horizonte socialista cuajado de agujeros negros. Se conoce también su vanidad, que no le cabe en un traje y le convierte en presa fácil del halago. Finalmente, se le supone más frágil que una cristalería de Bohemia y de ahí que vista mucho en las bodas pero tienda a hacerse añicos con facilidad. De esta circunstancia, que le resultó nefasta en el pasado, ha debido sobreponerse porque ahora, 20 años después, el mosquetero Borrell regresa en plena guerra de la Fronda para vengar al rey decapitado.

La ‘operación Borrell’ nació hace algunas semanas como reacción de una cierta clase noble del partido a la vulgaridad rociera del susanismo y, aparentemente, en comunicación directa con el depuesto Pedro Sánchez, que con la cabeza en la mano se fue a Los Ángeles pero seguía usando el whatsapp. El exministro aceptó levantar la bandera de la militancia del PSOE en oposición a los reyezuelos de Taifas y, tras vencer sus recelos iniciales a dar un paso al frente, anoche confirmó que todavía no está pero que se le debe esperar.

De hecho, sus partidarios no han perdido el tiempo y ya han lanzado en las redes sociales dos cuentas de apoyo a su candidatura a la secretaría general del PSOE, que podría parecer un atrevimiento imperdonable o hasta un fake de no ser porque hasta su compañera Cristina Narbona y su hijo Joan figuran entre sus seguidores. La idea inicial era que Borrell formara un tándem a la americana con Sánchez, quien apenas una hora después de imponerse la abstención en el comité federal del PSOE lanzaba su profecía: "Pronto llegará el momento en que la militancia recupere y reconstruya su PSOE".

A Borrell le habían advertido –se encargó de hacerlo con crudeza Miquel Iceta- de que, en cuanto asomara la patita, la sultana y sus baroncitos, con el inestimable apoyo de algunos mercenarios y de la prensa cebrianesca, le buscarían la yugular para comprobar si era resistente a las navajas de Albacete. Bastaron unos minutos para que José Carlos Díez, execonomista jefe de Intermoney, columnista de El País y enamorado de Rubalcaba, arrobamiento que le ha hecho derramar por sus comisuras varios hectómetros cúbicos de baba, comenzara en twitter una campaña de este tenor: "Si da el paso el tema Abengoa le abrasará. Falsificar cuentas y ocultar pérdidas es muy feo (...) Es un hecho. Negarlo no evitará la quiebra fraudulenta y miles de trabajadores han perdido o van a perder su empleo". Lo de la cabeza de caballo en el embozo de la cama está al caer.

La relación de Díez con la Junta de Andalucía es algo más que notable y las loas del economista independiente a la sultana del sur, bastante más que sonrojantes. El pasado mes de mayo, en el Forum Europa, protagonizó una intervención que pasará a los anales del pelotilleo. No le bastó con absolver a la presidenta del paro en Andalucía, del que "no tiene culpa", sino que se empeñó en proclamar que "ser socialista" era su gran virtud. "Por ello está cerca de la gente, ha evitado la pobreza infantil en Andalucía, ha apostado por la gente y por las infraestructuras en el territorio", afirmó el caballero de la dama.

La aparición de Borrell complica extraordinariamente el panorama a los golpistas, que se han encontrado con una oposición inesperada en el comité federal –los 96 votos por el ‘no’ muestran que la costurera de Susana Díaz es menos hábil con las agujas que con la dinamita- y que, una vez consumen la entronización de Rajoy, tendrán enormes dificultades para dormir la convocatoria del Congreso Extraordinario hasta que la ejecución de Sánchez sea sólo un neblinoso recuerdo para los afiliados, como pretendían en un principio.

De hecho, a estas alturas y con el escenario tan ensangrentado, es altamente improbable que Susana Díaz se atreva a competir abiertamente en unas primarias salvo que, ya puestos y por el mismo precio, se le ocurra la fórmula para hacer papiroflexia con los estatutos y liquidarlas. O que proceda a la expulsión sistemática de los críticos, hasta que en el partido quede ella, su colección de dinosaurios y Cornejo, su capitán de húsares, el mismo que agarró por las solapas a Pedro Sánchez antes de que presentara su dimisión.

Sánchez, el de la cabeza en la mano, tendrá que tomar en estos días una decisión trascendente. ¿Renunciará a su escaño antes que facilitar el Gobierno de Rajoy o, tras esquivar la votación, se mantendrá como diputado con la esperanza de que en algún momento pueda abandonar la fila cuarta del hemiciclo? ¿Es mejor subir a los cielos de la militancia o servir en las misiones de la oposición?

Paralelamente, se ha abierto paso una tercera vía patrocinada por Rubalcaba, que ese sí que no da puntada sin hilo. Su objetivo es encumbrar a su protegido favorito, el exlehendakari Patxi López, que con gran habilidad se ha situado con perfil propio en el bando del ‘no’. Hacia López y con la excusa de restañar heridas podrían volverse los ojos de la camarilla, una vez que se compruebe que es más fácil enhebrar una soga en una aguja que Díaz cruce Despeñaperros y alquile piso en Madrid.

Pero estábamos con Borrell. Sea en tándem o en solitario, el exministro parece capaz de concitar el entusiasmo de los restos del naufragio. Podría decirse que segundas partes nunca fueron buenas, pero es que con el exministro no hubo ni primera temporada porque los de siempre cortaron la seria a las bravas. Con Borrell, 69 años, nunca se sabe. Si logra salir de la trampa de la puerta giratoria que ya le tienden y no se acochina en tablas hará faena. Al tiempo.

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