La intención del Gobierno de racionalizar la jornada laboral de manera que a las seis de la tarde buena parte del país eche el cierre es muy loable, aunque la experiencia demuestra que entre el dicho y el hecho hay un camino que se ha recorrido varias veces y se ha vuelto a empezar otras tantas, como si algún juez de atletismo hubiese decretado salida nula. Por tanto, si algo se puede decir de la ministra Báñez, que fue la encargada de anunciar al mundo la buena nueva, es que llega algo tarde al invento de la pólvora pero se le agradece que pegue unos tiros.

De hecho, hace tres años una subcomisión del Congreso dedicó nueve meses de sesudos estudios para elaborar un informe en el que se pedía al Gobierno, o sea a Báñez, que estudiara el impacto socioeconómico de ajustarnos al huso horario de Greenwich en vez de al de Hitler, junto a toda suerte de recomendaciones para racionalizar la jornada laboral y la conciliación. Se han hecho libros blancos sobre el asunto y existe desde 2003 una Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles y su Normalización y una Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles derivada de la anterior, que hasta da premios y hace concursos escolares, que eso siempre conciencia una barbaridad.

Sin embargo, lo que debería ser sencillo se antoja imposible. Por diversas razones de peso se ha llegado a la conclusión de que, en realidad, la culpa de que aquí las jornadas laborales se eternicen es de los propios trabajadores que, como señalaba la campeona nacional de Candy Crash, récord del mundo de puntuación de Frozen Fee Fall y diputada en sus ratos muertos, Celia Villalobos, se entretienen con las moscas o, mayormente, hablando de fútbol y motos. Se trata, al parecer, de una tara genética que aqueja a los nacionales y que desaparece al cruzar los Pirineos, cosas de la idiosincrasia del ser español y mucho español. Ante eso, poco pueden hacer los empresarios, aunque lo intenten.

Es culpa de esos mismos trabajadores que la reforma laboral aprobada por el PP permita a las empresas modificar las condiciones laborales, incluidos los horarios, a su libre al albedrío, que lo de las horas extras sean un cachondeo, sobre todo las no pagadas que al finalizar 2015 ya representaban, según CCOO, un 56% del total, o que España, según un informe de la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, sea uno de los países donde se producen de manera más frecuente casos de explotación laboral grave. A los trabajadores y a su incuestionable españolidad también cabe reprochar la existencia de grupos mafiosos dedicados a esclavizar inmigrantes, que aceptan gustosos su condición para integrarse antes en una sociedad que vive por y para el trabajo.

Consciente de que los españoles tienen un problema, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, ha proclamado que la racionalización de horarios es una necesidad y que los diputados están dispuestos a sacrificarse para dar ejemplo a sus conciudadanos. Sus señorías, como es sabido, sufren como en ningún otro sitio el estrés laboral y de ahí que los jueves algunos vestíbulos de la Cámara estén llenos de maletas para que los representantes del pueblo puedan salir en estampida hasta el siguiente martes, donde les espera otra jornada maratoniana de entrega al bien común.

En contra de lo que pudiera parecer, los trabajadores en España no demoran su salida del tajo por miedo a ser despedidos, con lo bien que concilian los 4,3 millones de parados, sino que le dan al overtime, como dicen los modernos, por puro convencionalismo, ya que está muy mal visto salir antes que los jefes, y los curritos para eso son muy mirados. Por decirlo claro, a los asalariados y a los autónomos, por regla general, les gusta esa sarna y no les pica y protestarían vivamente si, por poner un ejemplo, las televisiones adelantaran sus programas de máxima audiencia o se les impidiera ir a comprar al Alcampo hasta las diez de la noche.

Con tales antecedentes, es lógico que Báñez no haya sugerido que la modificación de la jornada se haga por ley, con las excepciones correspondientes, sino fruto del acuerdo entre empresarios y trabajadores, que menudos son éstos cuando se les obliga a tener tiempo libre, desfrutar de sus hijos o darle al onanismo en horario vespertino. Estos estajanovistas descerebrados no son conscientes del daño que hacen al país, ya que por su culpa nuestra productividad es menor que en lugares donde no se trabajan tantas horas y así no hay quien salga bien retratado en las estadísticas de la OCDE. Tenemos un problema cultural, como muchos sospechábamos.