Tierra de nadie

Hasta el moño del duralex

De vez en cuando se nos obliga a convertirnos en personajes de Cuéntame y a alabar el arroz del domingo de las madres, hecho en olla express y con esos cangrejos de mar que no había manera de comer pero que, según decían, daban mucha sustancia al plato. Eran los tiempos del duralex, de la formica en la cocina y de la naftalina, unas bolitas blancas con la que se ahuyentaba a esas polillas que no soportaban ese olor a retrete de bar con huellas de porcelana en el suelo, donde también se usaban profusamente aunque no hubiera abrigos que proteger sino equilibrios que guardar.

Como una suerte de hipnosis, esta regresión en la memoria se produce sistemáticamente con cada aniversario de la Transición y llega hasta el empacho cuando el aniversario en cuestión es un número redondo. Hoy, cuarenta años después de las primeras elecciones democráticas, toca recuperar a Candela, la Chica-Centro de ajustadísimos vaqueros de la fiesta de la UCD, la pana de Felipe, la peluca de Carrillo, a Fraga y su Estado en la cabeza y, por supuesto, a Tarradellas, que últimamente está de moda por razones obvias y al que se querría resucitar con un hechizo de magia negra que, de momento, sólo ha funcionado con Pedro Sánchez.

Para que no se nos olvide la fecha, alguna televisión volverá a hacernos oír la voz en off de Victoria Prego envolviendo aquellos Episodios Nacionales suyos y los más osados pueden leer en ese diario "genuinamente liberal" que es El País a Juan Luis Cebrián, llamando a la reflexión sobre lo mucho que hemos avanzado gracias a la reconciliación y el consenso mientras nos advierte de los peligros del populismo, ese mal de nuestros días, mucho peor que las polillas, y contra el que no hay alcanfor que valga.

La glorificación de ese pasado, cada vez más matizada bien es cierto, viene a ser una versión actualizada y democrática del "con Franco vivíamos mejor", y, por extensión, una crítica general a la actual clase política, o mejor dicho a una parte de ella que no tiene recuerdos en blanco y negro y se resiste a elevar a los altares a muchos demonios de la época, a los que las sucesivas recreaciones de sus actos han convertido en ángeles, querubines o serafines, muy celestiales todos ellos. Nadie pretende discutir los méritos de la Transición o de la democracia que trajo consigo, aunque nunca está mal recordar que se hizo lo que se pudo porque había espadones vigilando en las garitas y que de algunos de aquellos polvos vienen estos lodos de los que no se puede salir sin luchar antes en el barro.

Lo peor de la Transición fue que no venía con la fecha de caducidad impresa en el reverso, de manera que no hay forma de saber cuándo acaba, si hemos llegado ya o si nos hemos desviado de la ruta y por eso no hace tanto se gritaba en las calles que se llamaba democracia a lo que no lo era. Este dato es fundamental porque hay muchos que piensan que alguien se equivocó de itinerario y pretenden tomar caminos alternativos, pese a que Rajoy vigila los cruces para que nadie tome las de Villadiego al descuido o en referéndum.

Decía el vendeburras de Rivera este miércoles en su combate contra el vago de Pablo Iglesias, que así o parecido fue el intercambio de elogios que se dedicaron, que los edificios con goteras y llenos de basura se reparan y limpian pero no se demuelen. El remedio no sirve para todos los inmuebles porque algunos amenazan ruina y constituyen un peligro para los inquilinos que, además, se han hartado de que los Cuestas de turno, presidentes de esta nuestra comunidad, se lleven la caja de las cuotas a Suiza al tiempo que practican el esquí en los Alpes.

Quizás ha llegado el momento de dar por concluida aquella Transición e iniciar otra, que veinte años no será nada pero cuarenta es, al menos, el doble. Quizás sea tiempo de dar la autodeterminación, no ya a Cataluña, sino al país entero, que ha crecido y ya no cabe en el traje de primera comunión aunque sea el de almirante. Quizá estemos en la hora de dejar de dictar para que tomen notas a lápiz a quienes se manejan con soltura con el Windows 10 o en el OS X de Apple y que sean estas nuevas generaciones las que escriban su propia historia para que en el futuro otra Victoria Prego cante sus alabanzas en HD para una serie de Netflix. Quizás haya que marcar otro destino en el mapa para evitar que los viajeros se harten de una excursión que no les lleva a ninguna parte.

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