Tierra de nadie

Los fascistas catalanes del callejero no se tocan

Parece que Antonio Machado conservará su plaza en Sabadell, puede que también mantengan su calle Goya, Quevedo, Góngora o Calderón de la Barca, y es altamente probable que no la pierda La Pasionaria, y todo ello pese al "españolismo" del primero, la "hostilidad" a la lengua y cultura catalanas y su papel de referentes del "modelo pseudocultural franquista" de los otros y al estalinismo de la última. A veces lo barato sale caro. El informe encargado al historiador local Josep Abad para depurar el callejero de la ciudad sólo ha costado 600 euros pero ha montado un lío del quince y ha obligado al alcalde Maties Serracant a aclarar que la purga sólo se dirigía contra los fascistas. "Machado se queda" ha proclamado a lo Piqué con Neymar, que ahora corretea por los Campos Elíseos y ya marca goles con el PSG.

Machado era españolista, de eso no hay duda, y, como Unamuno, nunca llevó bien el proyecto de Estatuto para Cataluña, al que consideraba un "atraco" en lo que se refería a Hacienda y algo "verdaderamente intolerable" en lo relativo a la enseñanza. Lo justo, en su opinión, era conceder a Cataluña una "moderada autonomía y nada más". Si para estar presente en el callejero de Sabadell no basta con ser un formidable poeta y uno de los mayores símbolos de la República y el antifascismo y es necesario acreditar independentismo o toneladas de catalanismo es justo que se le elimine. Lo que no entiende bien es que, al mismo tiempo, se permita a San Isidro mantener la suya, la que desemboca en la Plaza de la Creu Alta, por razones algo más que obvias.

Los callejeros los carga el diablo, ya sea en Madrid o en Cataluña, donde por cierto tienen calle muchos de los representantes de esa alta burguesía firmantes en octubre de 1936 de un vergonzante manifiesto de apoyo a Franco y a su golpe de Estado en el que podía leerse lo siguiente: "Como catalanes, afirmamos que nuestra tierra quiere seguir unida a los otros pueblos de España por el amor fraternal y por el sentimiento de la comunidad de destino, que nos obliga a todos a contribuir con el máximo sacrificio a la obra común de liberación de la tiranía roja y de reparación de la grandeza futura de España. Como catalanes, saludamos a nuestros hermanos que, a millares, venciendo los obstáculos que opone la situación de Cataluña, luchan en las filas del ejército libertador y exhortando a todos los catalanes a que, tan pronto como materialmente les sea posible, se unan a ellos, ofrendando sus vidas para el triunfo de la causa de la civilización en lucha contra la barbarie anarquista y comunista".

Entre los casi 130 firmantes estaba Francesc Cambó, que tiene calles y hasta avenidas, fundador de Lliga y financiador de la "cruzada española", Eugeni D’Ors –el primer fascista español, según su biografo Vicente Cacho-, Dalí o Josep Pla. En los callejeros al norte del Ebro figuran pistoleros como Bertán Musitu, jefe del somatén de Barcelona, también de la Lliga, y creador del servicio de información político-militar de Franco; pintores como Pere Pruna, sacerdotes como Higini Anglés, compositores como Frederic Mompou, arquitectos como Josep Puig i Cadafalch, el último modernista, todos ellos muy golpistas. Y por supuesto apellidos ilustres como el de Ferran Valls i Taberner, propagandista del dictador, Josep María Trías de Bes, uno de los autores de un dictamen que pretendía justificar la sublevación de los franquistas por la "ilegitimidad" de la República, o Pere Rahola, familiar de doña Pilar y ministro de Marina con la CEDA.

Tiene calle y hasta ronda el famoso cardenal Gomá, natural de La Riba (Tarragona), el gran valedor de Franco en el Vaticano, incansable defensor del movimiento nacional y del término cruzada. De él es esta frase, preñada de humanismo cristiano: "Efectivamente, conviene que la guerra acabe. Pero no que se acabe con un compromiso, con un arreglo ni con una reconciliación. Hay que llevar las hostilidades hasta el extremo de conseguir la victoria a punta de espada. Que se rindan los rojos, puesto que han sido vencidos. No es posible otra pacificación que la de las armas".

Como la española, la historiografía catalana es muy sorprendente, más allá del empeño de algunos supuestos historiadores de descubrir la catalanidad de Colón, Elcano, Cervantes o de Teresa de Jesús, que al parecer no era de Ávila sino de Barcelona. Existe un altar muy alto, merecido sin duda, para el presidente Companys, aunque su glorificación como exponente del secesionismo realizada por el movimiento independentismo no es sólo inexacta sino de indudable inspiración franquista. Sobre este asunto hay doctores más cualificados, como el profesor Vicenç Navarro, que en octubre de 2015 decía lo siguiente en este diario: "Este proyecto de apropiación de la figura de Lluís Companys por parte de los nacionalistas conservadores catalanes, hoy independentistas, no deja de ser paradójico, pues el President Companys nunca fue muy popular entre tales derechas, debido a que, sin lugar a dudas, fue el President de la Generalitat más de izquierdas que haya existido, debido, en parte, al contexto cuasi revolucionario en el que vivió. En tal apropiación, se redefine al Presidente Companys como un dirigente secesionista, lo que – en realidad– nunca fue".

El olvido histórico al que aludía el profesor lo han padecido en Cataluña figuras a las que se ha negado reconocimiento por el simple hecho de no ser catalanistas. Tardaron en tener calle. Ocurrió con Federica Montseny, nacida en Madrid por puro accidente, la anarquista que desde el Ministerio de Sanidad puso en marcha por primera vez en España programas de ayudas a los desfavorecidos, intentó regular el aborto, creó "liberatorio de prostitución" y transformó orfanatos en hogares de la infancia. O Juan Peiró, también anarquista y ministro, al que Franco ordenó fusilar como a Companys, tras ser extraditado por la Alemania nazi. O el propio García Oliver, natural de Reus, el tercero de los ministros republicanos de la CNT, enemigo de lo que representaba esa pequeña burguesía agrupado en torno a Esquerra Republicana y uno de cuyos pecados pudo haber sido el de reírse de los planes de Maciá para invadir Cataluña en 1926.

A Federica, a cuyo entierro en Toulouse no se dignó a acudir ni un solo representante de la Generalitat, y a otros destacados anarquistas se les empieza a mirar ahora con otros ojos, porque de la primera tiene un cuadro la alcaldesa Ada Colau y porque las CUP han convertido en referentes a Los Solidarios de García Oliver, que fue la manera que tuvo la CNT de responder a los pistoleros de la patronal.

Los callejeros son muy complicados de manejar aunque si de lo que se trata es de borrar de las calles los apellidos de los fascistas conviene empezar por los conocidos, por los que han formado sagas ilustres, siempre y cuando no se moleste a sus descendientes, que ahora se han hecho soberanistas. Si se buscan españolistas que empiecen por Machado y que se replanteen lo de Goya, que era bastante afrancesado.

Más Noticias