Tierra de nadie

A las puertas de una guerra nuclear y nosotros con estos pelos

Desde que el alter ego de Kim Jong-un abrió cuenta en Twitter nos hemos hartado a reír de las ocurrencias del líder supremo de Corea del Norte y ya no hay forma de tomarse en serio ni sus misiles balísticos ni sus pruebas nucleares. La última, anunciada como un exitoso ensayo de una bomba de hidrógeno y el terremoto posterior, tiene muy alteradas a las grandes potencias, aunque no saben si temer más al excéntrico dictador o a la respuesta de su némesis con flequillo, que ya en abril anunció el envío de una flota disuasoria a la península asiática que tomó la dirección contraria y puso rumbo a Australia.

Para entender las acciones de Corea del Norte hay que trascender de muchas de las supuestas informaciones que alimentan la cuenta del genial @norcoreano y que, en muchas ocasiones, son fruto de una propaganda delirante. Así ha podido demostrarse que varios de los muertos atribuidos al régimen gozaban tiempo después de una excelente salud o que algunos de los estrafalarios caprichos de Kim eran simples bulos alimentados por el hermetismo de Pionyang. Ello no altera el hecho de que el país es un gigantesco gulag en el que cientos de miles de personas penan en campos de trabajo y donde el respeto a los derechos humanos es una completa entelequia.

Puede, en definitiva, que Kim Jong-un sea un maniaco de ojos rasgados pero no hay que perder de vista que el objetivo de la alocada carrera nuclear emprendida desde los años 80 que ha consumido buena parte de los recursos del país no es, aparentemente, la aniquilación del resto del mundo sino la supervivencia, que sus mandatarios entienden amenazada por EEUU. Sería largo explicar cómo se ha llegado a la situación actual, aunque es evidente el fracaso de las acciones diplomáticas para conseguir la desnuclearización y el de las sanciones económicas y comerciales, que Corea del Norte ha conseguido esquivar con la inestimable ayuda china. El guiso los ha salpimentado Washington con su errática política, jalonada de tumbos y también de incumplimientos de sus compromisos.

El resultado es la consolidación de facto de una potencia nuclear que, probablemente, estaría en disposición de alcanzar con sus misiles objetivos estadounidenses si es que de verdad ha logrado miniaturizar las bombas para insertarlas en los misiles que ha venido probando y que, en el caso del último test, pasó sobre las cabezas de los japoneses hasta hundirse en el Pacífico. A ese peligro habría que sumar la posibilidad de que Corea del Norte se convierta en suministrador de esa tecnología a otros países o grupos terroristas. Se alude en este caso al supuesto reactor sirio, destruido en 2007 por la aviación israelí en un ataque bautizado como ‘Operación Huerto’, cuyo patrocinio se atribuye no a Kim Jong-un, que por entonces estaría estudiando en Suiza, sino a su señor padre, que era el galgo del que le viene la casta.

A partir de ahí sólo se abren dos opciones para el ‘reflexivo’ Trump, que ha encontrado en Kim Jong-un la horma de su zapato y al que las amenazas de furia y fuego y hasta de ataque nuclear preventivo no parecen quitar el sueño. Una es la militar, cuyo  resultado se antoja catastrófico por dos razones. La primera es la duda razonable de que dicho ataque destruya completamente la capacidad nuclear norcoreana, lo que abriría la puerta a un conflicto sin precedentes que dejaría millones de muertos; la segunda, es la desestabilización de una región en la que existen fuertes intereses cruzados con resultados impredecibles.

Contra esa opción estaría Corea del Sur, que lleva décadas tratando de aplicar sin éxito la política de la zanahoria con sus vecinos del norte con el sueño de la reunificación al fondo y que presume que sería uno de los primeros objetivos junto a Japón, en el punto de mira por albergar un buen número de bases estadounidenses. Al ataque se opone también China, que teme no sólo el éxodo hacia sus fronteras de miles de norcoreanos por el eventual conflicto sino la propia reunificación coreana al dictado de EEUU y de Seúl, su aliado en la zona. A China con Corea –lo explicaba hace ya tiempo el analista Mitchell B. Reiss- le ocurre lo mismo que a Francia con Alemania en la Guerra Fría: le gusta tanto que está encantada con que existan dos.

La otra alternativa es la diplomática, dando por hecho como sostienen Félix Arteaga y Mario Esteban, investigadores del Real Instituto Elcano, que la desnuclearización es ya imposible y que la única alternativa es la congelación del programa. "Corea del Norte busca un acuerdo que le otorgue reconocimiento internacional -aunque sea implícito- como potencia nuclear y que le permita reactivar su economía a través de una mayor inserción en la economía internacional". Dicho acuerdo perpetuaría a Kim Jong-un, que no es que sea bueno pero sí algo mejor que la tercera guerra mundial.

La solución al rompecabezas está en manos de Trump, lo que no resulta muy tranquilizador. A la advertencia de que no descarta el ataque nuclear ha añadido en Twitter que su intención es bloquear las relaciones comerciales con cualquier país que haga negocios con Corea del Norte, lo que viene a ser una advertencia a China. Veremos lo que dice @norcoreano pero la cosa no pinta nada bien. Temblemos como malditos.

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