Tierra de nadie

Queremos que llueva y que escampe

Ante los incendios que devastan Galicia y Asturias y el terremoto político en Catalunya no hemos dejado de mirar al cielo pidiendo que llueva y que escampe. Estamos muy solos y hay demasiado pirómano suelto, aunque en un caso sea la excusa y en otro el detonante. Lo que une a ambas situaciones es la incompetencia de unos gobernantes que jamás están a la altura y a los que se les puede llamar inútiles –como decía El Perich- sin que pase nada. Ni a nosotros, ni a ellos.

Lo de Galicia viene siendo una tragedia anunciada desde que en junio vimos quemarse las barbas de nuestros vecinos portugueses en el incendio perfecto. Se nos dijo entonces que aquí sería imposible un suceso similar por una extraña cualidad de los eucaliptos españoles que, al parecer, eran ignífugos. No había que preocuparse además porque la ley que regía los bosques era de categoría y, si se cumplía, podíamos dormir a pierna suelta sin que nos diera la tos por el humo.

El incendio perfecto llegó y Galicia ha empezado a arder porque la ley era estupenda pero nunca se ha cumplido, porque nadie respetó nunca la prohibición de plantar pinos, acacias y eucaliptos a menos de diez metros de las carreteras y de 50 metros de los núcleos de población para evitar que el fuego de copas corriera como la pólvora, y porque no vale de nada hacer planes forestales si se ignoran sistemáticamente para favorecer a un sector maderero que concentra la mitad de las cortas de madera del país y presume de su liderazgo en la producción de celulosa de eucalipto.

A la Xunta de Galicia los pirómanos siempre le han venido bien para disimular su estulticia y su ineptitud, cualidades imprescindibles para despedir a cientos de brigadistas forestales al llegar este octubre atípico que parece agosto. No hay mafias de incendiarios sino estúpidos con poltrona, que ahora se lamentan de las muertes y de la destrucción de los bosques para evitar que se les identifique como los auténticos vegetales.

En el caso de Catalunya los pirómanos están perfectamente identificados. Son los que gobiernan a uno y otro lado del Ebro y quienes les jalean. Ellos y sólo ellos son los causantes de la angustia y la fractura de una sociedad que, además de preocuparse por sobrevivir al paro, a la precariedad y a los recortes, debe hacerlo ahora por encontrar la luz en el callejón sin salida al que se nos ha conducido.

Llevamos tiempo conteniendo la respiración y hoy, abocados al parecer a medidas de excepción tras la respuesta de la Generalitat al requerimiento del Gobierno, lo seguiremos haciendo. En Galicia, como ocurrió con el chapapote del Prestige, los ciudadanos han tratado de sofocar las llamas con sus propias manos, igual que decenas de miles de personas en toda España lo intentaron el pasado siete de octubre con el blanco como única bandera.

Puigdemont no ha aclarado si declaró la no independencia pero ha pedido una reunión con Rajoy, que el diletante de Moncloa debería convocar antes de que se cumpla este jueves el segundo de sus ultimátums. Entretanto, miramos al cielo por si suena la flauta y, sin que sirva de precedente, pueda llover y escampar a gusto de todos.

Más Noticias