Tierra de nadie

Alguien ha matado a alguien

Con Pedro Sánchez no se sabe últimamente si es mejor que siga desaparecido en su gira de asambleas o que reaparezca con propuestas como la de este lunes, con las que se ignora si pretende atemorizar al adversario o matarlo de un ataque de risa. "Si Rajoy no aprueba los Presupuestos Generales, la principal ley del Gobierno, y no anticipa las elecciones, yo le exigiré que, por obligación con la ciudadanía y por responsabilidad institucional, se someta a una cuestión de confianza", ha advertido. Se trata de una amenaza similar al "alguien ha matado a alguien" con la que Gila pretendía hacer que Jack el Destripador confesara sus crímenes y se entregara. Es de suponer que el de Moncloa se ha estremecido como una serpiente de cascabel.

A estas alturas la pregunta ha dejado de ser cómo el Gobierno es capaz de mantenerse en minoría, noqueado por las corruptelas y por su incompetencia. El gran interrogante es por qué la oposición se lo permite. Y lo hace porque todos entienden que lo que sería un remedio para el país resultaría nefasto para su propia enfermedad. El PP intenta sobrevivir a toda costa con la esperanza de que su sangría se detenga en algún momento; a C’s le conviene que el PP se muera en sus brazos después de haber hecho testamento a su favor; el PSOE no se explica por qué lo suyo es un lago estancado en medio del maremoto; y Podemos analiza las encuestas y pronto llegará a la conclusión de que la culpa de su descenso es de los demás.

Volviendo a Pedro Sánchez, desconcierta la manera en la que está dilapidando el capital político que obtuvo tras su resurrección en las primarias. Externamente parece evaporado, con repentinos episodios de licuefacción a la manera de la sangre de San Pantaleón. Internamente, se duda si su capacidad para tropezar cientos de veces con la misma piedra es fruto de su torpeza infinita o de un ensañamiento insano contra los adoquines.

Así, en vez de iniciar un nuevo rumbo en dirección opuesta al Parque Jurásico socialista tras comprobar que los dinosaurios pretendían servirle como merienda en una barbacoa, el renacido ha optado por firmar la paz con los saurópodos, de los que ya ha recibido alguna dentellada. Tal ejercicio de masoquismo es difícilmente explicable para quien estaba obligado a matar al padre, no ya por necesidad vital sino para cumplir con una militancia que entendía que el "somos la izquierda" que sirvió como lema del 39 Congreso iba esta vez en serio.

Si algunas de sus ausencias del debate público podrían ser explicables por las dificultades inherentes a su posición extramuros del Congreso, se acrecienta la sensación de que el partido carece de dirección, ha perdido la iniciativa parlamentaria y experimenta graves síntomas de bipolaridad, entre una razón de Estado que le obliga a un seguidismo servil al Gobierno en el conflicto territorial y su teórico papel de alternativa.

El PSOE tenía dos opciones. Una era reforzar el flanco izquierdo con una alianza con Podemos y, una vez vencidas las desconfianzas mutuas y la batalla de egos, enfrentarse como bloque a la derecha. La otra, superado el miedo al sorpasso de los de Iglesias, era confiar en que la pelea entre PP y Ciudadanos acabara situando al PSOE como primera fuerza, para lo que se antojaba imprescindible mantener pie y medio en eso que llaman centro y que históricamente se ha traducido en poner el intermitente a la izquierda cuando se quiere girar a la derecha.

Sánchez y sus avispados estrategas parecen haber optado por esta segunda vía, pero las encuestas muestran testarudas que la derecha avanza y la izquierda retrocede, que todo el fuelle que pierde el PP hincha las velas de Rivera y que el PSOE se limita a flotar en ese mar embravecido en el que se está hundiendo la socialdemocracia en buena parte de Europa. Si el empuje de Ciudadanos se confirmara y le permitiera elegir socio de Gobierno no sería descartable una reedición del Pacto del Abrazo con la cabeza de león convertida en cola de ratón.

A eso se reducen ahora las expectativas de Sánchez, que dice que exigirá a Rajoy que presente una cuestión de confianza, algo parecido a que la víctima de un robo amenace al ladrón con darle la cartera. Sentido del humor no le falta a este hombre.

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