Tierra de nadie

Subcontratar campos de concentración

Europa le ha cogido gusto a eso de montar campos de concentración y, tras el precedente de Turquía, a la que se entregaron miles de millones para hacer de su territorio un remedo de gulag y rechazar cualquier petición de asilo, ha esbozado un plan para crear "plataformas regionales de desembarco" en África, y que experiencias como la del Aquarius, que demostraron la catadura neofascista de algunos gobiernos, singularmente del italiano,  no vuelvan a repetirse.

En los últimos tiempos todas las grandes ideas que nacen en este democrático y solidario club para afrontar los flujos migratorios que llegan a sus puertas tienen un tufo bastante nazi, en la medida en que contribuyen a exterminar los grandes principios y valores que teóricamente inspiraron la construcción europea. La que ahora está sobre la mesa es singularmente vergonzante: montar campamentos en el Mediterráneo, pero en la orilla de enfrente, para que resulten más sencillas las deportaciones en masa.

De esta manera, si un barco como el Aquarius salva a centenares de personas en alta mar de una muerte segura habría de poner rumbo hacia las costas africanas para desembarcar allí a los náufragos, donde previamente la UE habrá establecido campos de confinamiento en los que se estudiarían caso por caso las peticiones de asilo y se pondría de patitas en el desierto a los que se supusiera inmigrantes económicos a los que nadie persigue salvo el hambre y la miseria.

Persuadir a los socios de la UE para fomentar el crecimiento económico de los países de origen, donde algunos de ellos siguen actuando como potencias coloniales, casi ni se plantea, pero convencerles de poner dinero para levantar vallas, poner puertas al mar o subcontratar carceleros resulta de lo más sencillo. Para esta última función se ha pensado en Túnez, con la que probablemente se utilizará la chequera siguiendo el modelo turco, y en Libia, ese estado fallido desde el derrocamiento de Gadafi donde campan guerrillas de signo diverso y la vida, literalmente, no tiene precio.

Según los esbozos iniciales, los humanitarios campos de concentración europeos en África serían, en principio, gestionados por la UE ya que en el caso libio alguien podría comparar el acarreamiento con el que experimentan las reses camino del matadero. Es de suponer que a la menor oportunidad se pase a la fase dos de la subcontrata y se confíe íntegramente la tarea a los países receptores, para lo que sólo sería necesario entornar los ojos o mirar para otro lado.

Paralelamente, el napoleoncito francés y la institutriz alemana se ponían este martes de acuerdo en una propuesta que compartirán con sus colegas, según la cual se impedirá a los inmigrantes pedir asilo en países distintos a los que accedieron a la UE, algo que evitará ‘contaminaciones raciales’ a los amantes del color blanco de Austria, Dinamarca y Hungría, y que salva el trasero a Merkel, a quien sus aliados bávaros o bárbaros, que tanto monta, consideran una hermanita de la caridad con los inmigrantes.

No es que Europa se niegue a sí misma, como alguna vez se ha apuntado aquí; es que lo del respeto a la dignidad de las personas y a los derechos humanos que proclama en su frontispicio suena a broma de mal gusto. Lavar las conciencias sale barato: basta con entregar 50.000 euros al año del Premio Sajarov a algún activista o líder de minorías que haya salido en la prensa y sigamos eliminando trabas a los movimientos de capitales que tienen prisa.

Pedro Sánchez y su Gobierno tienen la oportunidad de demostrar en la cumbre de finales de este mes que la acogida al Aquarius no fue sólo una gigantesca operación de imagen y que delimitar las fronteras con cuchillas o con pelotas de goma para advertir a los inmigrantes que llegan a nado a Ceuta de que preparen el pasaporte ya no se estila desde que Fernández Díaz dejó de rezar en el Ministerio. Veremos.

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