Tierra de nadie

Hay que dejar de hacer panes como hostias

Como por razones algo más que obvias no sólo de la eutanasia vive el ciudadano, el Gobierno debería dar cuanto antes muestras inequívocas de que el poder ha cambiado de manos y no sólo de caras. Urge poner letra a esa música que sonaba relativamente bien hasta que se llegó al movimiento de RTVE y la orquesta comenzó a desafinar en compases relativamente sencillos de la prometida sinfonía de la regeneración.

Con una abultada minoría parlamentaria, unos presupuestos heredados, un compromiso explícito con la reducción del déficit y un propósito declarado de reinjertar las extremidades amputadas del sistema de protección social, la modesta ambición de un Ejecutivo que se dice de izquierdas tendría que ser elevar los ingresos del Estado para compensar el imprescindible aumento del gasto en Sanidad, Educación o financiación autonómica, especialmente en años como estos en los que parece que tampoco haremos la revolución.

La proclamada defensa del Estado del Bienestar pasa inexorablemente por la fiscalidad. Contrariamente a lo que se cree, los impuestos no tienen ideología. No son de izquierdas ni de derechas. Lo que sí es obligado es que sean equitativos y que sirvan a su función primigenia, que es distribuir la riqueza para acortar las desigualdades, justamente lo contrario de lo que ha venido sucediendo hasta ahora. De poco servirán los gestos, que son el intermitente que anuncia el giro, si el volante se mantiene recto, empecinado en el carretera y manta.

En un avance, por tanto, que los de Sánchez se planteen poner coto a uno de los mayores desatinos fiscales, el impuesto de Sociedades, aquel por el que las empresas, singularmente las grandes corporaciones, se retratan ante a Hacienda y con el que salen siempre extraordinariamente favorecidas, ya sea en color o en blanco y negro. Los datos son elocuentes: la recaudación por IRPF fue en 2017 superior en más de 4.000 millones a la de 2007, justo al inicio de la crisis; la de IVA en 12.000 millones; y la de los impuestos especiales en más de 500. La del impuesto de Sociedades fue inferior en 20.000 millones a lo recaudado diez años antes. ¿Dónde está el truco?

El truco está en toda una serie de cambios normativos que han permitido a las multinacionales tributar a un tipo efectivo del 7,5% (era del 20% en 2006)  en vez de al 25% establecido. Todo ha sido muy legal, como no podía ser de otra manera tratándose de sociedades tan respetables. Lo que Montoro consiguió se define en castellano como hacer un pan como unas hostias: mientras los ingresos obtenidos en el extranjero están exentos de tributar en España, los gastos financieros necesarios para obtener dichos ingresos son deducibles en la factura tributaria local. Por resumir, las empresas se endeudan aquí y crean empleo fuera, cuando no deslocalizan sus centros de producción para llevarlos donde les es mucho más rentable.

Acompáñese lo anterior de la libertad de amortización -por el que cada empresa determina a su antojo cómo deprecia sus activos fijos- y un amplio catálogo deducciones y se entenderá por qué se ha pasado de recaudar 44.832 millones en 2007 a menos de 23.500 al cierre del pasado ejercicio. Se llega así a la paradoja de que mientras el tipo efectivo medio del impuesto de Sociedades ronda en la UE el 23%, aquí no llega al 8%, que es la manera que tenemos en España de atar a los perros con longaniza pero sólo a los que tienen pedigrí.

No es razonable que España sea uno de los países con menor presión tributaria y que la recaudación esté siete puntos por debajo de la media europea. No es aceptable que se haya metido la piqueta al Estado del Bienestar mientras se renunciaba deliberadamente a ingresos como los derivados del impuesto del Patrimonio o el de Sucesiones o Donaciones, transferidos a los territorios y bonificados prácticamente en su totalidad.  No es digerible que no se imponga algún esfuerzo a una banca que ha consumido y endeudado al país hasta límites inimaginables.  Los impuestos son la piedra angular de un sociedad que no quiere acabar moral y económicamente corrompida. Y no son de izquierdas, aunque lo parezcan.

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