Tierra de nadie

Los mercados están rodeados

La crisis económica iba a cambiar tantas cosas que al mundo no podría reconocerlo ni la madre que lo parió, si es que esa buena señora aún seguía viva. De entrada, el capitalismo se refundaría sobre bases éticas, que decía el pequeño Napoleón del Eliseo, aunque casar al capitalismo con la ética resultara para muchos un matrimonio imposible. Había llegado el momento de que la política actuara y los mercados se enteraran por fin de lo que vale un peine. Los especuladores tenían los días contados. Con esa idea nos fuimos a dormir hace un par de años, mientras nuestro dinero servía para salvar bancos y aseguradoras, a cuyos avariciosos ejecutivos íbamos a cortarles un traje a medida, a ser posible a rayas horizontales como el de Madoff.

No había tiempo que perder. Lo primero era acabar con los paraísos fiscales, que eran las cloacas del sistema, pero nuestros líderes se perdieron en lo intrincado de las alcantarillas viendo pasar a las ratas. Lo siguiente era establecer una tasa a las transacciones financieras para que los amos del dinero sintieran nuestro aliento en el cogote y pasaran por caja. Si esto no podía ser pondríamos un impuesto a los bancos para que no se fueran de rositas, y si eso tampoco podía ser limitaríamos los sueldos de sus directivos, escandalosos, oiga. Si aquello seguía siendo imposible meteríamos mano a las agencias de calificación de deuda, que hasta ahí podíamos llegar.

En la determinación de dar su escarmiento con urgencia a los culpables de la crisis no se ha tenido piedad. A medida que se decidía recortar los salarios de los funcionarios, congelar las pensiones, eliminar subsidios al desempleo, atrasar la edad de jubilación, limitar beneficios sociales de toda índole y, en general, meter la piqueta al Estado del Bienestar, los mercados han sido conscientes de que vamos en serio y no habrá quien nos pare.

Ayer mismo, Sarkozy y Merkel instaban a la Comisión Europea a acelerar e intensificar la regulación de los mercados financieros ya que, al parecer, existe una necesidad imperiosa de fortalecer la supervisión. Exigen que en julio los ministros de Economía den pistas sobre cuál será su actuación, para que no llegue cualquiera y especule con la deuda pública de los países. Así que ya lo saben: despídanse de los trienios.

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