Tierra de nadie

Bandera blanca sindical

No del todo cautivos, pero sí completamente desarmados, los sindicatos han empezado a agitar una bandera blanca que tiene aspecto de pacto de Estado, lo que, sin duda, constituye una elegante manera de capitular. Más que un paso atrás para tomar impulso, lo que se intuye tras su propuesta de ampliar la negociación sobre pensiones que mantenían con el Gobierno a otras materias y a otros interlocutores es una huida apresurada del camino que les conducía irremediablemente a la convocatoria de otra huelga general. Náufragos de su impotencia, aunque conscientes del hundimiento programado del vigente catálogo de derechos laborales y sociales, los sindicatos han optado primero por salvarse a sí mismos.

Como convalidar la reforma del Gobierno sobre las pensiones era metafísicamente imposible por la presión de sus propios afiliados, los sindicatos parecen haber diseñado una estrategia de supervivencia, cuyo primer punto es evitar a toda costa la huelga general. ¿El motivo? Entienden que su hipotético fracaso, algo muy probable con la desmovilización existente, les convertiría, si es que no lo son ya, en actores marginales del debate económico y les conduciría a la irrelevancia.

Bajo esta óptica, la única manera de evitar la confrontación es ampliar la negociación a otras materias en las que puedan apuntarse el tanto de su influencia, ya sea en el capítulo de negociación colectiva, donde el Ejecutivo pretendía a partir de marzo dejar sin efecto la ultractividad de los convenios, como promotores de planes de empleo de eficacia más que dudosa o atribuyéndose la recuperación de los subsidios a parados que hayan agotado todas las prestaciones, una iniciativa que ya está en los planes de Zapatero, aunque vinculados a cursos de formación. Así es como hay que entender esta propuesta de un minipacto de la Moncloa, con participación de la CEOE y del PP, sobre la que las centrales se han mostrado singularmente optimistas.

Entre suicidarse y seguir respirando, UGT y CCOO han optado por el oxígeno, y el Gobierno, tan necesitado de un pacto con el que legitimarse ante un electorado que les espera en mayo con las uñas afiladas, ha corrido a enchufarles a la bombona. La rendición siempre supone un acuerdo: las dos partes llegan al consenso de que hay un vencedor y unos vencidos.

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