Tierra de nadie

La mujer del otro César

La trama descubierta en torno a los falsos prejubilados de los ERE aprobados por la Junta de Andalucía no sólo es una expresión más de cómo la corrupción es indisociable al trasiego de fondos públicos sino la prueba evidente de que los golfos florecen cuando la ausencia de controles lo permite. A quien se ha enfrentado a la titánica tarea de tramitar una subvención para sustituir unas ventanas de aluminio y ha tenido que aportar hasta la fe de vida de la abuela, es difícil convencerle de que una administración pueda conceder indemnizaciones a supuestos trabajadores de empresas en crisis sin que en sus expedientes figuren al menos treinta y dos certificados de su vida laboral. Ha habido corrupción porque han existido graves negligencias.

Está muy bien que haya sido la propia Junta quien se haya personado en los tribunales para denunciar el caso, pero eso no disculpa su indolencia. Las responsabilidades han de caer en cascada desde los consejeros que esquivaron los informes de la Intervención, en la que se alertaba de que la fiscalización de estas partidas era inadecuada, hasta los altos funcionarios que libraron los fondos con su firma a pie de página. A estas alturas, sin esperar a la resolución judicial, la propia Administración andaluza debería tener concluida una investigación interna y haber apartado cautelarmente de sus puestos, si es que aún siguen en ellos, a quienes por acción o por omisión hayan participado o consentido el desfalco. Los ladrones roban más fácilmente cuando se les deja abierta la caja.

Esta exigencia de responsabilidades también atañe al PSOE andaluz y a la UGT, algunos de cuyos dirigentes están salpicados por el escándalo. Vuelve a confundirse gravemente la responsabilidad penal con la política en un país en el que no hay quien dimita ni en defensa propia. La mayor injusticia no sería apartarles de sus cargos, un proceso que tendría que ser rutinario sin que ello implique presunción de culpabilidad, sino mantenerles y que se demostrara su implicación. Tiempo habrá de reponerles y hasta de desagraviarles con una banda de música.

Cualquier alegato contra la corrupción ajena ha de cimentarse en el ejemplo que se ofrece con la propia. La mujer del César ha de parecer honrada siempre, aunque el César haya cambiado de rostro y de siglas.

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