Tierra de nadie

Aquí no dimiten ni los muertos

Cada país tiene su idiosincrasia, y la que impera por estos pagos es la imposibilidad de conjugar en primera persona el verbo dimitir. Nómbrese a un español para un cargo público y le verán metabolizarse con sus funciones de tal manera que ya nadie podrá convencerle de la diferencia entre la circunstancia y la esencia. Los designados asumen el puesto como quien recibe las llaves de su vivienda; de ahí que se resistan a dejarlo sin un desahucio judicial, y a veces ni por esas. El problema tendría solución si, para compensar, hubiera quien practicase el noble arte de la destitución pero ese es un deporte con menos adeptos que el curling.

Las dimisión del ministro alemán de Defensa, Von Guttenberg, quien quiso ser doctor con una tesis plagiada, o la de la ministra francesa de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, por sus viajes gratis total a Túnez y su connivencia con el régimen del depuesto Ben Ali, serían aquí poco menos que imposibles. Se hablaría de una conspiración, se minimizarían sus faltas y se buscarían ejemplos de adversarios que siguieron en el machito pese a haber matado a su padre sin causa justificada. Bastaría con que un oponente pidiera su renuncia o su cese para que se les ratificara en desagravio y se les canonizara ante la enfervorecida multitud de un polideportivo.

La política está pensada para poder morir varias veces, y de ahí que Churchill dijera que era más peligrosa que la guerra. Pero la máxima no se aplica a este lado de la frontera. Nadie se arriesga a experimentar un óbito prematuro porque se desconfía de la resurrección, y ello explica que brazos de algunos sillones tengan marcas muy profundas de uñas y dientes. La dimisión no se entiende como el hito de un tortuoso camino sino como un trágico final, y todos se sienten demasiado jóvenes para morir y ceder a otro el coche oficial.

El apego al cargo se estimula desde unos partidos que perdonan todo menos la discrepancia. Se puede ser un bandido, un psicópata, un xenófobo o un imbécil. Hay indulgencia con el enriquecimiento y el tráfico de influencias. Los que están perdidos son los críticos.

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