Tierra de nadie

Indignación y compromiso

Se preguntaba este lunes en Madrid Stéphane Hessel, 93 años, autor de un opúsculo de 30 páginas del que lleva vendidos 1,7 millones de ejemplares en el que llama a la indignación colectiva contra la injusticia, si seríamos capaces de deshacernos de lo que nos parece insoportable. Su respuesta era afirmativa, aunque, como él mismo matizaba, es más importante el compromiso que la victoria, porque ni se vence siempre ni siempre es necesario hacerlo para sentirse pleno. "A veces lo placentero es saber que las resistencias están ahí", señalaba. El camino satisface tanto o más que la meta.

El planteamiento de Hessel es justamente el contrario al imperante. Nos hemos habituado al análisis del coste-beneficio, una lógica funesta ya que implica que no merece la pena movilizarse por nada salvo que tengamos la certeza de que el esfuerzo, por pequeño que sea, será recompensado. Además de a la melancolía, está dinámica conduce a la indolencia. Y eso, en un tiempo el que están amenazadas todas las conquistas sociales del último siglo, conviene mucho a una oligarquía que no deja de derribar barreras.

Comprometerse, en efecto, es muy importante. "Si una activa minoría se levanta será suficiente; debemos ser la levadura que hace que el pan suba", afirma Hessel en su panfleto. Para que eso fuera posible deberíamos desenterrar algunas utopías a las que dimos sepultura. Hay que volver a creer que el interés general debe prevalecer frente a los intereses particulares, que una persona vale más que todos los mercados juntos o que el progreso de unos pueblos no puede edificarse sobre la miseria de otros. Debemos volvernos Sísifo y empujar la piedra a lo alto de la montaña tantas veces como se precipite ladera abajo. La utopía sirve para caminar, que diría Galeano.

La experiencia demuestra que es posible. La historia no se acaba en Lehman Brothers ni la escriben los analistas de Moody´s. Si hasta el mundo árabe es capaz de despertar de su letargo y romper las cadenas, ¿no seremos capaces de poner hacernos responsables de nuestro destino? Sigamos el consejo de Hessel y empecemos por indignarnos.

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