Tierra de nadie

El regreso del hijo pródigo

La última vez que escuché a Miguel Boyer en persona fue el pasado mes de septiembre. Invitado por el Instituto de Ingeniería se le pedía que escudriñara hacia dónde se dirigía la economía y las empresas. Mientras oteaba el horizonte, puso de vuelta y media a la agencias de rating, a los economistas del FMI y la OCDE, al Financial Times, a las cajas de ahorro, a los bancos y a Alan Greenspan. De la hoguera colectiva salvó a la "rigurosa" Elena Salgado, que no en vano le había hecho consejero de Red Eléctrica, y al Gobierno, del que dijo que no se podía culpar de no prever la crisis y al que alabó por haber hecho en cada uno de sus etapas justo lo que correspondía, posiblemente a sugerencia suya.

A un par de meses de abandonar la FAES de Aznar, Boyer se revelaba en estado puro. Si por él fuera se recortaría la plantilla de funcionarios, se reducirían las cuotas empresariales a la Seguridad Social, los mineros del carbón irían al INEM, se daría un impuso a una energía nuclear "que sólo disgusta a los ignorantes", y se le acabaría la fiesta de las subvenciones a las empresas fotovoltaicas. Auguraba que saldríamos de la crisis como corresponde a un país cuya economía era hoy la mitad de la alemana cuando sólo 50 años atrás era la cuarta parte, y profetizaba que no habría creación de empleo hasta que no se creciera por encima del 2,7%.

Esta es la persona a la que ayer el Consejo de Ministro puso al frente de la novísima comisión que asesorará al Gobierno sobré cómo ser más competitivos que los chinos de China. Incombustible, Boyer se encuentra igual de a gusto con cualquier Gobierno y si hace algunos años justificaba su deriva hacia al PP porque se había hecho muy liberal para el PSOE, el retorno de este hijo pródigo sólo puede entenderse a la inversa: el socialismo campante es ahora tan liberal como el ex ministro.

La pasión de Zapatero por la juventud ha debido amortiguarse. A sus 72 años, Boyer vuelve cuando Ruiz Mateos y Rumasa se están yendo por segunda vez. Con razón decía Einstein que la diferencia entre el pasado, el presente y el futuro sólo era una ilusión persistente.

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