Tierra de nadie

La encrucijada cubana

Los acríticos del régimen cubano han debido experimentar una extraña sensación en el estómago al escuchar a Raúl Castro hacer tabla rasa de todo y confirmar que el paraíso socialista se ha puesto infernal de un tiempo a esta parte. Si el colíder de la revolución abjura de la planificación centralista, denuncia la corrupción, propone, sin excluirse a sí mismo, que los cargos públicos y del partido sólo puedan permanecer en el cargo durante dos mandatos, sugiere que negros, mestizos mujeres y jóvenes están discriminados y se burla del triunfalismo de la prensa afín, habrá que suponer que el sistema ha fracasado en lo económico y en lo político, más allá de cualquier justificación o coartada.

Posiblemente sea demasiado tarde para que los Castro reinventen Cuba, no ya por la infamia del bloqueo o por la disidencia, sino por la numantina resistencia de sus acólitos. Consciente de la esclerosis, el presidente cubano pretende que los burócratas, a los que el mercado negro y la doble moneda les ha permitido vivir como los reyes del mambo a base de comisiones y latrocinios diversos, se hagan el haraquiri a favor de unas reformas cuyo triunfo significaría su ocaso. ¿Permitirá la nomenclatura que hoy administra empresas, fábricas y otros negocios estatales, cuya aspiración última era la de convertirse en sus propietarios si el sistema culminaba su colapso, renunciar a todos sus privilegios sin oponer resistencia?

El VI Congreso del Partido Comunista Cubano que hoy se clausura es, sobre todo el entierro de un modelo, el soviético, -que entre que llevaba más de 20 años muerto y los calores húmedos de la isla había alcanzado su grado máximo de putrefacción-, y la búsqueda desesperada de un sistema diferente. ¿Son China o Vietnam los referentes del castrismo? ¿Habrá que instalar la Bolsa de La Habana en el Museo de la Revolución?

En la antesala de cambios tan trascendentales se echa de menos la opinión que el pueblo cubano tiene sobre su futuro. La patria del socialismo tiene una asignatura pendiente: dejar que sus habitantes se pronuncien libremente sobre la patria y sobre el socialismo.

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