Tierra de nadie

Soluciones islandesas

Aunque sólo sea porque están haciendo todo lo que a nosotros se nos hubiera ocurrido hacer con los responsables de la crisis y no hemos podido, es irremediable sentir simpatía por los islandeses. Primero dejaron quebrar sus bancos y metieron en la cárcel a los banqueros, luego tumbaron al Gobierno y modificaron la Constitución para atar en corto a sus gobernantes, después se negaron en referéndum a pagar la factura de la bancarrota a Reino Unido y Holanda; finalmente, ha sentado en el banquillo a su ex primer ministro por haber mirado hacia otro lado mientras se hinchaba la burbuja financiera que se llevó al país por delante.

Lo más interesante de esta última iniciativa es la consideración de que el jefe de gobierno no es un mero servidor público que se entrega a la causa común de manera altruista y al que no cabe pedir otras cuentas que no sean electorales,  sino un operario al que tenemos en nómina y que debe ser responsable penal de sus actos o de sus descuidos. Es una visión que deberíamos adoptar, sobre todo si se entiende que ser presidente del Gobierno no es ningún sacrificio sino una inversión segura: en el cargo no se cobra mucho, pero permite al afortunado no dar un palo al agua el resto de su vida gracias a la pensión vitalicia y al sueldo complementario del Consejo de Estado (en total, unos 160.000 euros al año), o bien ejercer de conseguidor por un pico al servicio de alguna multinacional.

De haber aplicado la doctrina islandesa, hubiéramos tenido que habilitar un módulo especial en Alcalá Meco para nuestros estadistas que, como allí, vieron crecer otra burbuja, la inmobiliaria, y en vez de pincharla a su debido tiempo siguieron soplando como posesos. Era tan rentable que daba de comer a las autonomías, hacía ricos a los concejales de Urbanismo y financiaba ilegalmente a los partidos. Un chollo, o sea.

Si los gobernantes tomaran conciencia de que no le hemos dejado el coche para que lo estrellen y que hasta puede que les hagamos pagar por los arañazos, acabaríamos con tanto merluzo al volante. Nos hemos conformado con que no nos roben, y no es suficiente.

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