Tierra de nadie

Refundemos el capitalismo otra vez

Decía Voltaire que si en algún momento veíamos a un banquero suizo tirarse por una ventana había que saltar detrás de él ya que era seguro que algo había que ganar. Conviene por tanto seguir la estela de los banqueros porque es un gremio que no da puntada sin hilo y luego nos vende el paño a precio de oro. Los banqueros, como nos recordaba Pessoa, son esencialmente anarquistas, tipos que han logrado vencer la tiranía que el dinero ejerce sobre los individuos de la única manera posible: acumulándolo en cantidades industriales. Son ricos para ser libres. ¿Quién no quiere ser libre?

Viene esto a cuento de la nueva imagen que se está labrando la presidenta del Banco de Santander. Ana Patricia Botín se declaró primero y de la noche a la mañana feminista y no sólo anunció grandes cambios en su entidad, como corregir la brecha salarial en 2025 -las cosas de palacio van despacio- o alcanzar la paridad en su Consejo de Administración en 2021, sino que se convirtió en abanderada de la causa porque desde su "posición privilegiada" tenía la responsabilidad de hablar en nombre de muchas mujeres que sufren la desigualdad y pagan el "impuesto a la maternidad".

La cosa no acabó aquí. Sus opiniones sobre el derecho a la educación eran de quinto de socialdemocracia: "Tenemos que lograr que la educación superior, la universidad, sea accesible para todo el que quiera, independientemente de su origen, su edad o su capacidad económica", afirmaba en una entrevista. Más recientemente, Botín se convertía al ecologismo tras viajar a Groenlandia para grabar un capítulo de Planeta Calleja, de lo que daba noticia en su cuenta de Twitter: "Impacta ver –nos decía- los efectos del calentamiento global en persona. Espero que sirva para concienciar a todos de que pasar a la acción es prioritario y urgente".

No hay por qué dudar de la sinceridad de la activista Ana Botín, a la que los medios loan y masajean periódicamente porque se lo merece y no porque el Santander sea uno de los mayores anunciantes del país. A todas las facetas anteriormente descritas se ha venido a sumar su llamamiento de estos días a refundar el capitalismo y dar un vuelvo a la ortodoxia de manera que las empresas abandonen como único objetivo la maximización del beneficio como forma de crear valor para sus accionistas y se impliquen en medio ambiente, transparencia y en la prosperidad de las sociedades en las que actúan.

De la refundación del capitalismo o de esa cirugía estética al sistema para hacer de su rostro monstruoso algo más humano, ya nos había hablado el expresidente francés Sarkozy hace más de diez años cuando, en el agujero más negro de la crisis financiera, nos explicó que había un capitalismo bueno y otro malo, y que el malo nos había traicionado a todos. De ahí que hubiera que reconstruirlo sobre las bases éticas del esfuerzo, el trabajo y la responsabilidad. Y hasta hoy.

A esto parece haberse apuntado ahora la presidenta del Santander que, ante la crema de la intelectualidad financiera y de la hoy ministra de Economía en funciones y vicepresidenta in pectore Nadia Calviño, entonaba el mea culpa y reconocía que algunos políticos, empresarios y banqueros contaminaron con sus errores la percepción de confianza, cuando no de fe ciega, que la sociedad tenía en ellos. Refundemos pues el capitalismo otra vez.

Como se apuntaba anteriormente sería muy injusto dudar de la buena voluntad de esta nueva Ana Botín, movida por su propio convencimiento y no porque los tipos de interés negativos hayan puesto a la banca en el disparadero y a sus beneficios en caída libre o porque la competencia de los grandes gigantes de Internet y los nuevos actores financieros digitales amenacen con zamparse su tarta de almendras y, al acabar, eructar en la cara a la plutocracia más tradicional. Ha llegado la hora de que los bancos vuelvan a ser nuestros amigos, aunque ya piensen en cobrarnos por el dinero que les prestamos. Qué bonita es la amistad.

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