Tierra de nadie

La utilidad de un frente de izquierdas

Hay quien asemeja lo de gobernar en minoría con complicados ejercicios de equilibrismo, un suplicio para gente con menos cintura que una bombona de butano. Al PP, tan acostumbrado al absolutismo de su mayoría y a una soledad parlamentaria de la que sus dirigentes se reían a la hora de las votaciones, se le pronosticó un calvario y una legislatura corta sin tener en cuenta que quien gobierna -solo o en compañía de otros que diría el Código Penal- escribe el BOE a dos manos o a las que hagan falta, que para eso cuenta con el principal resorte del Estado: la billetera. A este complemento en piel siempre presente en la planta baja de los grandes almacenes no hay quien se le resista.

Esta es la realidad que la oposición olvida con frecuencia, lanzada a la yugular del Ejecutivo como la misma eficacia que el ejército de Pancho Villa, aunque la expresión no se ajuste estrictamente a la verdad histórica del mítico jefe de la revolución mexicana. De ahí que se haya cumplido lo que se profetizara aquí en febrero, cuando se advertía sobre la inanidad de las comisiones de investigación y se explicara que a la minoría en el Gobierno le bastaba con su capacidad de veto o con sus maniobras de distracción, también llamadas subcomisiones parlamentarias, para esquivar las emboscadas y disolver la manifestación en grupos impares menores de tres.

La oposición que desgasta no es la que logra ocasionalmente sacar adelante alguna de esas proposiciones no de ley con las que Rajoy practica la papiroflexia sino la que se organiza como alternativa y se percibe como tal, que es lo que por fin parecen haber entendido PSOE y Podemos, cuyas delegaciones se reúnen hoy en un intento de que sus coincidencias puntuales se transformen en una colaboración mucho más profunda.

Que la izquierda se presente como un bloque compacto de más de 150 diputados y actúe acompasadamente en cuestiones como la reforma constitucional y la de las pensiones o en intentar trasladar la recuperación económica a las víctimas de la crisis es la única manera razonable de plantar cara al Ejecutivo, que ha aprovechado el ruido de las salvas para asegurarse al descuido su continuidad hasta 2020. Delimitar un territorio común es mucho más eficaz que marcar el propio con micciones extemporáneas, que ya llegarán cuando las elecciones estén a la vista.

El entendimiento es casi un imperativo. Descartada por imposible otra moción de censura que sólo admite una bala en la recámara ya disparada al aire, la única manera que tiene la izquierda de mostrarse como vacuna contra el virus de un Gobierno al que la corrupción no parece debilitar y que empieza a ser visto como un mal menor es soldar su fractura y presentarse como un frente compacto. Si Sánchez e Iglesias se empeñan en hacer la guerra por su cuenta, la perderán.

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