Tierra de nadie

De la cuerda floja a la soga al cuello

Ya sea por su manifiesta enemistad con la verdad o por una simple cuestión estadística, es prudente dudar de lo que dice Rajoy, especialmente de sus declaraciones más solemnes. El lunes volvió a desvincular un hipotético triunfo del independentismo en los comicios catalanes de un adelanto de las elecciones generales con el argumento de que agotar la legislatura transmite normalidad. "Si está en mis manos durará cuatro años", dijo, al tiempo que volvía a postularse como candidato en un intento de batir el récord de permanencia en la Moncloa para restregárselo a Aznar en las narices o un poco más abajo, donde antes llevaba el bigote.

Como viene siendo costumbre de la casa, nada de lo anterior es cierto salvo alguna cosa. No es preciso ser una lumbrera de la politología para deducir que si la moneda electoral catalana sale cara y el soberanismo reedita su mayoría en el Parlament, Rajoy estará literalmente en la cruz. ¿Qué sentido habría tenido lanzar una bomba atómica como el artículo 155 para descubrir que en el presumible erial de un independentismo descabezado o de excursión por Flandes los prados retoñan y los árboles crecen con más fuerza? ¿Qué mayoría silenciosa podría ser invocada en semejante circunstancia? ¿Cómo eludir su responsabilidad en la crisis territorial y en su enquistamiento?

No es descabellado afirmar, por tanto, que el presidente no las tiene todas consigo, entre otras razones –y ésta es la única verdad de su relato- porque la continuidad del actual Gobierno no está en su mano. Depende, en primer lugar, del voto afirmativo a los Presupuestos del Estado del PNV, para el que no quedan cheques que extender tras convalidarse el nuevo Cupo y al que difícilmente se le hará comulgar con una intervención perpetua o a la carta de la autonomía catalana como anticipa Rajoy si la partida le pinta en bastos. Este miércoles, sin ir más lejos, los diputados vascos dejaban la trinchera del PP y se alineaban con Podemos y PSOE para modificar la Ley de Estabilidad Presupuestaria y suavizar la regla de gasto de los ayuntamientos, algo que ha de interpretarse como un aviso a navegantes porque la norma no resulta de aplicación en Euskadi.

En segundo lugar, está en cuestión la actitud de Ciudadanos tras las nuevas expectativas que su progreso en Catalunya le abren en el conjunto de España y que bien podría replantearse su papel de báculo del marianismo y optar por beneficiarse de un hipotético adelanto electoral. Los de Rivera llevan tiempo hinchando sus velas con el aliento de algunos aliados mediáticos del Ejecutivo y de los sectores más conservadores del propio PP que, si no hacer desfilar lo tanques por la Diagonal, sí que con la aplicación del artículo 155 pretendían un escarmiento mayor que la simple convocatoria electoral. Su ‘plan patriótico’ incluía actuar en los medios públicos catalanes y en Educación y demorar los comicios catalanes el tiempo necesario para que los jueces, en una instrucción exprés, condenaran e inhabilitaran a los promotores de la declaración de independencia para impedir que repitieran como candidatos. En resumen, bomba atómica y artillería pesada.

El inquilino de Moncloa vive en un continuo sobresalto por las encuestas y al borde un ataque de nervios por la posibilidad de que Puigdemont, al que se consideraba un espantajo, se plante por sorpresa en algún acto electoral o, lo que es peor, dé la campanada, gane las elecciones y reúna otra mayoría que devuelva la situación al punto de partida aun desde la cárcel. ¿Qué se diría entonces a los socios europeos de cuyo apoyo sin reservas se presume cada día? ¿Cómo frenar las llamadas a la negociación y a la búsqueda de una solución dialogada que empezarían a llegar desde todas las capitales de la UE? ¿Quién desde la propia derecha española se tomaría en serio al señor de las siestas?

Cualquier escenario, incluido el de la ingobernabilidad y la repetición de los comicios catalanes, sería para el Gobierno mejor que la combinación de una mayoría independentista en escaños y un fulgurante ascenso de Ciudadanos, al que algunas encuestas otorgan incluso el papel de primera fuerza en votos. Llegados a ese punto, Rajoy pasaría de caminar en la cuerda floja a tener la soga al cuello. O lo que es peor, tendría la soga al cuello mientras camina por la cuerda floja.

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