Tierra de nadie

El Maquiavelito del Gobierno chiripitifláutico

Si hubiera que poner un pero a este nuevo Gobierno feminista, europeísta, progresista, constitucionalista, modernista y cojonudista, chiripitifláutico en definitiva, habría que buscarlo en esas conchas de teatro donde los apuntadores leen el guión en voz alta y ponen palabras en la boca del actor principal de la obra. El nombramiento de Iván Redondo como jefe de gabinete del presidente viene a ser el contrapunto de esta novela rosa, de este Ejecutivo estratosférico al que no le falta ni un astronauta de San Blas, el barrio de un servidor, donde el personal también se ponía en órbita montando caballos blancos para alunizar luego de mala manera en cualquier esquina.

Redondo, como es muy pijo y sabe idiomas, no ha sido nunca un vulgar asesor sino un spin doctor que se ha granjeado una inmerecida fama de mago de la comunicación política. Cuenta con algunos hagiógrafos en medios muy reputados que le atribuyen el mérito de haber llevado a Pedro Sánchez a Moncloa y que sostienen que dispone de un cerebro tan privilegiado como su vejiga, y de ahí que sus micciones no sean de aguas menores sino de colonia de marca o de coca-cola, indistintamente.

Del ventrílocuo presidencial se han reseñado aquí  méritos y profecías que para sí querría Nostradamus. En su currículo figuran hechos tan notables como haber convertido a García Albiol en campeón de Europa de xenofobia de los pesos pesados y a Monago en un bufón olímpico, además de mostrarnos a Antonio Basagoiti en pantalón corto pidiendo ser lehendakari. Preguntarse en qué ha quedado el trío y cuál ha sido la suerte que ha corrido cada uno de ellos es algo más que simple retórica. Pedro Sánchez es su nuevo pupilo, rebautizado en sus colaboraciones periodísticas como Cinderella Man, lo que parece abocarle al papel de esa hada madrina que convierte calabazas en carrozas, lagartos en lacayos y a un maltratado por su familia política en un apuesto presidente del Gobierno vestido de tul y con zapatos de cristal.

De Redondo no es criticable que use su presunta varita mirando a la derecha, la izquierda o al centro, porque el ejercicio profesional de la consultoría incluye comulgar con las ruedas de cualquier molino y no hacer distingos entre los calvos a los que dispensa el crecepelo. Lo que llama la atención es su facilidad para atravesar esa puerta giratoria que comunica su empresa con las administraciones públicas, de manera que el asesor externo se transforma súbitamente en consejero del PP, como hizo en Extremadura, recupera luego su actividad en "la primera firma de consultoría política y asuntos públicos de España" para, a continuación, dejar a Redondo & Asociados sin Redondo y ponerse en la nómina de los contribuyentes como director de gabinete de Pedro Sánchez.

Estamos, por tanto, ante alguien tan implicado en su trabajo que se aviene a entornar el despacho de su propio negocio para aconsejar hasta en el retrete a sus patrocinados o ante un emprendedor de rostro megalítico que siembra en sus idas para recoger en sus venidas, ampliando por el camino su fondo de comercio.

Dirán que algo tendrá el agua cuando hasta Pablo Iglesias la bendice con sus elogios pero es que, salvando distancias interestelares, hasta Maquiavelo hubiera juzgado indecoroso haber hecho llegar una copia de su tratado de doctrina política a los Pazzi al tiempo que dedicaba sus consejos a Lorenzo de Médici. Una cosa es poner velas a dios y al diablo al mismo tiempo y otra convertirse en asalariado de San Pedro después de haber sido la mano derecha de un lugarteniente de Belcebú, en cuyas tinieblas pretendía prosperar y hacer carrera.

Redondo pondrá incluir en Linkedin que hizo presidente de Extremadura a Monago gracias a que lo vistió de bombero, aunque su ‘barón rojo’ no habría llegado a ninguna parte si IU no se hubiera abstenido para escarmiento del PSOE; o que repitió la faena con Sánchez con una inteligente moción de censura que pedían hasta las jirafas del zoo. Aunque quizás debiera obviar cómo el extremeño gestionó la crisis de sus viajes a Canarias a costa del Senado para ver a su novia, no vaya a ser que alguien le vea al mismo tiempo como comadrona y enterrador. Nadie alcanza la categoría de embaucador hasta que los embaucados perciben claramente a un vendedor de mantas donde antes contemplaban a Eisntein y a su pizarra con la fórmula de la relatividad garabateada en tiza.

Es obvio que Maquiavelito ha encandilado al líder del PSOE hasta el punto de hacerle inaugurar ese armario que se presume que tienen todos los presidentes para apilar dentro a los cadáveres que dejan por el camino. La primera víctima es el que fuera su jefe de gabinete en el partido, Juan Manuel Serrano, al que le ha explicado que no da la talla para el nuevo periplo monclovita y que ha tomado el digno camino de reincorporarse a su plaza en la Federación Española de Municipios y Provincias antes de aceptar ser figurante en algún olvidado despacho del palacio. Serrano ha sido un poco Moisés, bueno para la travesía del desierto y malo para pisar la tierra prometida. Sánchez ha debido de seguir el último consejo de Redondo: pagar la lealtad con calderilla.

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