Tierra de nadie

Los siete magníficos del PP

No se encuentran, la verdad sea dicha, parecidos razonables entre los siete candidatos de las primarias del PP y aquellos siete magníficos, franquistas de los pies a la cabeza, que dieron origen a la vieja Alianza Popular. Fraga, quien como se cansaba de decir José María de Areilza, era un animal político "pero muy animal", había amagado primero con un partido propio hasta que debió de convencerse que el centro le quedaba algo lejos y montó un zoológico completo con otros seis animales políticos de la dictadura. Entre ellos había censores (Enrique Thomas de Carranza), miembros del Opus (López Rodó), y hasta intelectuales de la autocracia como Fernández de la Mora, que defendía que España no necesitaba Constitución porque era un Estado perfectamente constituido. Para justificar esta santa alianza, especialmente con López Rodó, Fraga dijo en inglés aquello de que la política hace extraños compañeros de cama.

Tan increíbles como sus integrantes fue el manifiesto fundacional, en el que Alianza Popular se declaraba "populista, centrista y conservadora", rechazaba la ruptura con el régimen anterior y exigía respeto para su obra de casi medio siglo, manifestaba su oposición a la legalización de "grupos comunistas, terroristas o separatistas", y se proponía defender valores como la unidad de la patria, el orden público, la familia, la monarquía, la moral pública y la libre empresa. El punto octavo merece ser transcrito íntegramente: "El Estado de Derecho que propugnamos no admitirá desigualdades injustas ni privilegios y promoverá al máximo la justicia social y la igualdad de oportunidades. La lucha contra la especulación y la corrupción será un objetivo permanente". Ahí se les fue la mano a los magníficos.

Pues bien, salvando distancias siderales, si uno tararea la música encontrará ecos lejanos de aquel manifiesto en las proclamas de algunos de estos peregrinantes precandidatos populares, desde la apasionada defensa de la unidad de España, las críticas a un Gobierno "constituido gracias a los independentistas catalanes y con apoyo incluso de Bildu", y los mandobles a Ciudadanos, que viene a ser el trasunto de aquella pujante UCD, con Rivera en el papel de Suárez pero con los trapecios más desarrollados.

Más allá de estos apuntes, para un partido de inquebrantable tradición dactilar estas primarias deberían representar una orgía democrática, una gran cama redonda de propuestas en las que apreciar las diferencias entre los aspirantes. Sin posibilidad de confrontar públicamente los distintos proyectos, si es que se tienen, el debate se ha reducido a quién de ellos tiene más posibilidades de ganar las próximas elecciones, ya sea porque lo dicen las encuestas o porque ya han obtenido la victoria en algunos comicios.

En este desierto de ideas, tan solo despunta Margallo, que para eso presume de ser el más listo del grupo y de Eurasia, y que como se sabe el Moisés que no llegará a la tierra prometida va pregonando pactos de Estado, reformas de la Constitución y no deja de poner a caldo a Santamaría, Cospedal y al "chico de Aznar", de quien las malas lenguas aseguran que aprovechará estas primarias para sacarse el doctorado.

A Casado, sin embargo, hay que reconocerle el papel de agitador de la campaña. Frente a la imagen marmórea de sus oponentes, el joven Pablo se está hinchando a dar golpes de efecto y a alimentar las redes sociales con un álbum de fotos de modelo de pasarela. Con su frenética actividad quiere convencer a la militancia –cuyo número, por cierto, es otra de las grandes mentiras del PP- de que la apuesta es generacional y que en su función de criado de tantos amos –Aguirre, Aznar, Rajoy- es el único que evitará la fragmentación del partido y el que podrá sentar juntos en sus mítines al estadista bajito y al registrador de la propiedad. Los suyos le han fabricado un eslogan que es casi un tomo del Espasa: "No es el candidato favorito de la izquierda, pero es el favorito de los afiliados al PP; no es el preferido por Ciudadanos, pero es el preferido de los que se fueron del PP a Cs; no les gusta nada a los nacionalistas, pero les encanta a los españoles". Impresionante.

Sólo dos de aquellos siete magníficos votaron a favor de la Constitución y sólo dos de los actuales pasaran el filtro de una segunda vuelta de las primarias, donde podría darse el caso de que el favorito o favorita de los afiliados fuera tumbado por los delegados del aparato del partido. De darse el caso, se habría cosechado un magnífico disparate.

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