Tierra de nadie

Soraya Rodríguez se entrega a España

A eso de perder los papeles al mismo tiempo que la nómina se le llama condición humana, aunque la generalización siempre es injusta. Hay personas nobles, leales, agradecidas, comprometidas, valientes, persistentes, íntegras y dignas. Cuesta trabajo identificarlas porque no llaman la atención ni buscan protagonismo, pero existen. Están en el rellano de la escalera, en el asiento de al lado del autobús, junto a una pizarra, tras un mostrador y, a veces, frente al espejo. No son tan excepcionales como se piensa salvo en ese territorio inhóspito de la política, donde rigen otros códigos hechos a la medida de mediocres y miserables.

La que fuera portavoz del PSOE en el Congreso, Soraya Rodríguez, anunciaba este miércoles que abandonaba su militancia por las profundas discrepancias que le provocaba la relación de su partido con el independentismo catalán y por las negativas consecuencias para la democracia que tendría hacer depender de nuevo la gobernabilidad del Estado de estas fuerzas oscuras.

Rodríguez podría haber roto el carnet cualquier día desde aquel fatídico 1 de junio en el que triunfó la moción de censura gracias al apoyo de los partidos catalanes, pero en estos ochos meses largos ha preferido aguantar estoicamente cobrando su sueldo de diputada hasta la disolución de las Cortes. El suyo ha sido un enorme ejercicio de responsabilidad que los defensores de la unidad de España sabrán valorar a su debido tiempo. Que su salida coincida con el último día de pago es sólo eso: pura coincidencia.

La vallisoletana no le debe nada al PSOE. Ha sido eurodiputada, diputada nacional, concejal, secretaria de Estado, portavoz en el Congreso y presidenta del partido en Castilla y León, entre otros manditos. Así durante 25 largos años de apasionada entrega a los demás. Ni siquiera dudó cuando siendo alto cargo del Gobierno de Zapatero las mismas voces de ahora denunciaban que España se rompía a la altura del Ebro. Ha sido en estos momentos cuando su oído finísimo entrenado en seísmos ha detectado cómo la tierra crujía allá por Tortosa y no ha tenido más remedio que plantarse ante la falla y acusar a Sánchez de remover las placas tectónicas. Que su denuncia coincida con la confirmación de que no repetirá en otro puesto institucional es sólo eso: pura coincidencia.

Zapatero vio en ella a una estupenda alcaldesa de Valladolid, aunque lamentablemente no pasara de concejal y tuviera que repescarla de la política municipal y ofrecerle la secretaría de Estado de Cooperación. Rubalcaba apreció también sus dotes y le hizo portavoz en el Congreso, sobre todo porque fue una de las pocas mujeres del partido que le apoyaron a él y no a Carmen Chacón en el Congreso que le convirtió en secretario general. A diferencia de otros, ambos tuvieron buen ojo. ¿Qué sabrían de alta política aquellos afiliados que la llamaron traidora en una asamblea por apoyar la abstención que defendía la Gestora en la investidura de Rajoy? ¿Qué sabría de la unidad de España esa militancia que impidió a Susana Díaz cruzar Despeñaperros para hacerse con las riendas del PSOE como los barones del partido y ella misma habían previsto? Que su portazo a esa pandilla de ingratos coincida con una oferta de Ciudadanos para que sea eurodiputada vuelve a ser sólo eso: pura coincidencia.

Sólo los maledicentes serán incapaces de apreciar estas coincidencias y hasta mencionarán que las hipotecas de más de 200.000 euros por los  pisos de 150 metros en la Plaza de España de Valladolid no se pagan solas. Volviendo al principio, existen las personas leales y agradecidas. Y también hay políticos que se entregan a España.

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