Tierra de nadie

El PP debate a cara de perro sobre el sexo (de los ángeles)

Cuentan las crónicas que los dirigentes del PP, reunidos en singular banquete, se las tuvieron tiesas este lunes intentando determinar la razón por la que salvaron los muebles en las elecciones sin que, finalmente, llegaran a una conclusión válida. Fue una de esas disputas bizantinas en la que, en vez de discutir sobre sexo de los ángeles o desentrañar el misterio de la Trinidad, se trataba de dilucidar si la leve mejoría del enfermo era achacable o no al giro al centro desde las generales de abril.

A un lado del cuadrilátero se situaron el gallego Feijóo, el andaluz Moreno Bonilla y la valenciana Bonig quienes, antes incluso de plantarse la servilleta alrededor del cuello, habían sostenido que sin ese nuevo rumbo a la centralidad desde los confines de la extrema derecha los resultados habrían sido mucho peores. Al otro lado, un crecido Pablo Casado, bastante recuperado del K.O. de hace un mes, que negó por activa, pasiva y perifrástica el supuesto timonazo y mantuvo que el PP había estado donde siempre, sin precisar el lugar exacto al que se refería.

El enfrentamiento tiene su aquel porque indica que los barones del PP empiezan a maldecir la hora en la que eligieron a Casado y que éste, consciente de que pueden estar tratando de segarle la hierba bajo los pies o, al menos, tutelarle en su minoría de edad, se revuelve dando mandobles. Unos y otro tratan de apuntarse el tanto de que el desastre de los últimos comicios no fuera una debacle absoluta. Y es entendible que el aprendiz-presidente quisiera capitalizarlo, porque reconocer que fue un cambio de estrategia dictado por otros lo que le permite seguir al frente del partido es tanto como asumir que vive de prestado.

De hecho, y entrando en cuestiones casi teológicas, sería difícil precisar en qué se ha manifestado esa nueva centralidad a la que aluden estos críticos, más allá de alguna declaración de Casado en la que tildaba a Vox de ultraderecha y a Ciudadanos de socialdemócrata, además del lema de la campaña, Centrados en tu futuro, que venía a ser un aviso a navegantes distraídos. La idea del centro que tiene Casado es idéntica al de su mentor con bigote (ya sin él) y no es ideológica sino espacial: el centro es abrirse a más gente, incluidas las huestes de Don Pelayo, y en última instancia, lo que a mí me dé la gana.

Más allá de la retórica, una buena manera de exigir a Casado profundizar en esa pretendida vuelta a la templanza hubiera sido desaconsejarle futuras alianzas con Vox, pero ninguno se atrevió a proferir semejante blasfemia. Debieron pensar que una cosa es perfumarse con colonia centrista para ir al baile y otra diferente jugar con el pan y el caviar de los alcaldes y presidentes autonómicos que necesitan que los de Abascal les bendigan la mesa, a cambio, muy probablemente, de entrar en sus respectivos gobiernos.

Llegados a ese punto, todo parece ser cuestión de formas. ¿Cómo se demuestra que el PP mira al centro? Pues negociando por separado con Ciudadanos primero y con Vox después, y, sobre todo, tal y como se encargó de puntualizar Feijóo, evitando elegir portavoz en el Congreso a Cayetana Álvarez de Toledo, ese huracán rubio que a punto estuvo de conseguir el éxito sin precedentes de que el PP fuera en Cataluña un partido extraparlamentario.

Y es que, según el dirigente gallego, lo importante no es ser de centro, de derechas o un cruzado de la Reconquista sino la percepción que los demás tienen de uno. Es decir, que todo se reduce a la imagen que se transmite. Si la impresión es que el PP se ha echado al monte de la ultraderecha no conviene confirmarlo con una portavoz que aparenta ser el sherpa de ese Himalaya. De momento, Casado ha decidido retrasar su nombramiento por si es verdad aquello de que el hábito hace al monje. Para precisar de manera indubitada el sexo de los ángeles no hay nada peor que la prisa.

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