Fernando Pedrós
Periodista, filósofo y miembro de DMD
A pocos horas de la apertura de las urnas europeas cabe preguntarse cuál es el objeto de nuestro voto: lo hacemos por una Unión Europea (UE), verdaderamente unida –por un europarlamento- o una Europa dividida por más que todos llevemos en el bolsillo unos euros. Necesariamente surge la preocupación por el rampante nacionalismo que se vive en el espacio europeo. Frente a la idea de una Europa que caminase hacia la unión y dejar fuera de lugar la mentalidad individualista de Estados nacionalistas, resulta preocupante que lo que nos une sea la moneda y frente al euro y sus contabilidades todo lo demás sean minucias. Se dice que participamos de la misma cultura, que el ciudadano europeo tiene una mente y unas actitudes plurales y, sin embargo, cada parcela de geografía de la Europa unida defiende su perfil y posturas bien marcadas e independientes del pensar de los otros.
A veces, no muchas, se habla de la Europa de los ciudadanos que es lo mismo que decir la Europa de los derechos, pero si repasamos el perfil ciudadano y el disfrute de sus derechos parecemos en cada nación de culturas ajenas, tratamos la libertad de diferente manera, es diferente ser enfermo en Holanda, en Francia y en España y no por los diferentes sistemas de salud sino por las actitudes ante la vida y la muerte. Es incomprensible esa disparidad cuando decimos que defendemos la misma Carta de Derechos Humanos y que respetamos los derechos fundamentales, pero de hecho el tratamiento del aborto, de la eutanasia, de las relaciones homosexuales, la adopción de niños por parte de parejas homosexuales, etc. son diferentes en los diversos países de la UE y cada moral nacionalista restringe a su gusto geográfico las libertades del ciudadano.
Si buscamos la referencia de la ‘Estación Término’, vemos que Holanda, Bélgica y Luxemburgo han regulado las conductas eutanásicas (eutanasia y suicidio asistido), Francia está en trance de regularlas, el Reino Unido tiene en su Parlamento el proyecto de legalizar el suicidio asistido,... El resto de naciones ni revisan sus posturas ni sus políticos se preocupan por escuchar la opinión y criterio de los ciudadanos. Es más, si estos quieren ejercer su libertad tienen que deslocalizarse y organizar un viaje al país que acepte el ejercido de su derecho. Así ha surgido el turismo del aborto o el turismo de la eutanasia, dos muestras de los nacionalismos morales: la mujer que considera que debe interrumpir su embarazo sale fuera de las fronteras, el paciente español o el británico tiene que hacer su último viaje para morir en Suiza donde el suicidio asistido no es un ilícito... ¿Tan difícil sería hacer un derecho comunitario sobre el aborto o sobre las conductas eutanásicas basados en el respeto a la intimidad de la persona y en la capacidad de autodeterminación? Si vivimos en sociedades plurales, con ciudadanos que gozan de libertad de conciencia, donde caben posturas diversas con tal de no dañar los derechos de los demás, todo ha de ser opcional: a ninguna mujer se le ha de obligar a abortar o a no abortar, ni a ningún paciente a desear morir y solicitar que le ayuden a acabar su vida. Es más, no es ya una novedad o una rareza que haya países que por cuenta propia hayan abordado y optado por estas regulaciones legales ya que nuestra cultura solo puede entenderse desde el sentido de libertad y no del de situar a la persona en régimen de servidumbre o esclavitud.
No se trata de buscar un consenso común europeo en que para todos se imponga lo mismo como si fuera una moral y un derecho uniforme y todos los ciudadanos tuviéramos que expresarnos y actuar moralmente uniformados. Sería más bien poner en práctica el ‘prohibido prohibir’ basado en la libertad de conciencia del ciudadano y en el hecho del pluralismo. Se dice que en tiempos difíciles hay que jugar con un mix de prudencia y de audacia, pero se actúa en las instituciones desde un consenso de prudencia y silencio reaccionario. Recientemente el Consejo de Europa que acoge a 47 países que han firmado la Convención Europea de los Derechos Humanos -de los que 28 pertenecen a la UE- ha publicado una guía del Comité de Bioética (mayo 2014) destinada a profesionales de la sanidad sobre el sentido de los tratamientos médicos en el proceso del final de la vida donde solamente se menciona la eutanasia y el suicidio asistido para decir que no entran en las cuestiones de la guía a pesar de que varios países miembros del Consejo tienen legislaciones que lo autorizan. Y esto por más que la Convención Europea habla del derecho de toda persona al respeto "de su vida privada y familiar" y el solicitar el final de la propia vida pertenece a lo más intimo de la persona y la autonomía de la persona es consustancial al Estado de democracia.
La crisis económica ha dejado al descubierto las diferentes cifras económicas y las tensiones entre los países nacionalistas. Pero al menos debiera haber una igualdad y solidaridad en la política de los derechos humanos que son valores no económicos sino valores humanos comunes e igualitarios para todos los ciudadanos. ¿Por qué hay que morir según el talante legal de donde se vive y se muere? ¿Por qué no hay derecho a disponer de la propia vida en el sur y en el norte, a derecha y a izquierda? ¿Por qué unas sociedades abiertas respetan la libertad y las decisiones personales y otras son sociedades moralizantes que restringen la libertad y la pluralidad?
Depositar el voto en la urna europea no se puede hacer con un talante moral cerrado en la propia geografía sino desde el común respeto a la libertad de todos los ciudadanos, de su libertad de conciencia, de su autonomía y del pluralismo de las sociedades. En el terreno cultural de los derechos humanos no pueden existir nacionalismos pues todos tenemos la misma dignidad y somos iguales y cualquier ciudadano ha de gozar de la libre disponibilidad del propio cuerpo y de la propia vida.
Comentarios
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