Estación Término

Napolitano y Eluana Englaro

Fernando Pedrós
Periodista, filósofo y miembro de Derecho a Morir Dignamente (DMD)

 

Giorgio Napolitano firmó el miércoles 14 de este mes su renuncia a la Presidencia de Italia; ahora ya es el viejo expresidente o el exrey Giorgio. El día anterior el europarlamento le rindió un homenaje y recibió un caluroso aplauso. Me hubiera unido a gusto a ese homenaje, pero mi recuerdo y mi aplauso va hoy a su actuación en el caso de Eluana Englaro. El presidente Napolitano tuvo que luchar duro en este caso e incluso enfrentarse a Berlusconi que le presionaba. El caso de Eluana, por las cínicas intervenciones del gobierno y el intrusismo del Vaticano, lo definió el filósofo Gianni Batimos como un ambiente de "perros rabiosos, laicos o clericales, que se han lanzado sobre el cuerpo ya solo definitivamente vegetativo de esa pobre muchacha".

 

La Corte de Apelación de Milán, apoyándose en la Constitución, dictó -en sentencia referida a la situación de Eluana- (julio de 2008), que se podía suspender la alimentación de un paciente si su estado es irreversible y se conoce su voluntad de morir. La iglesia no estuvo de acuerdo; se sabía, además, que en esos momentos había unas 2.000 personas alimentadas de esta manera en el país. El 13 de noviembre de 2008, la Corte Suprema de Italia concedió al padre de Eluana el derecho a desconectarla de las máquinas que le mantenían con vida; decisión que se encontró con la inmediata oposición por parte del gobierno italiano y de la iglesia. La subsecretaria de Sanidad entró en escena y manifestó públicamente la postura del gobierno: "Sería la primera vez que en Italia se mate a alguien por una sentencia". El gobierno prohibió, como primera medida, que los hospitales a los que pudiera ser llevada la enferma en coma desde hacía 17 años suspendiesen la alimentación a pacientes en coma vegetativo.

 

El 22 de diciembre de 2008 la Corte Europea de Derechos Humanos rechazó el recurso incoado por asociaciones católicas contra la sentencia de la Corte de Apelación de Milán que había autorizado la suspensión de la alimentación a la paciente. Ante esa sentencia europea el padre de Eluana exclamaba: "por fin será libre". En febrero de 2009 Eluana fue llevada a la clínica privada La Quiete de Udine, con el fin de que la institución hospitalaria estuviera libre de las prohibiciones impuestas por el Ministerio de Sanidad, pero tres días más tarde el gobierno redactó un decreto que imponía la obligación de continuar el tratamiento de Eluana. Ante esta situación el presidente de la república, Giorgio Napolitano, se plantó y rehusó firmarlo por considerarlo inconstitucional e impidiendo que entrase en vigor, postura que molestó a la Curia vaticana. Con este decreto se quería anular la sentencia de la Corte Europea de Derechos Humanos que resultaba molesta a las asociaciones provida y al Vaticano.

 

El cinismo berlusconiano llegó hasta tal punto que el mismo Berlusconi al saber de la muerte de Eluana expresó: "Es grande la amargura porque no han dejado avanzar la acción del gobierno para salvarla. Nos lo han impedido". Un cinismo político que pisoteaba los valores democráticos, la dignidad humana de la paciente y de su familia y se reía de las instituciones judiciales.

 

Hace menos de un año en un mensaje enviado a la Asociación Luca Coscioni y al comité promotor de ‘Eutanasia Legale’ Napolitano insistía que "el Parlamento no debe ignorar el problema del fin de la vida y no debe eludir un sereno y profundo debate sobre las condiciones extremas de miles de enfermos terminales en Italia". La situación es dramática en Italia pues en los últimos diez años se han contabilizado, según el instituto Instat, cerca de 10.000 suicidios de enfermos y casi otras tantas tentativas de suicidio de enfermos. Es decir casi mil al año.

 

Napolitano ya había retado al parlamento a un debate sobre la eutanasia en 2006 cuando un enfermo de distrofia muscular en un video (en que aparecía con respirador artificial y sintetizador de voz) le pedía a Napolitano permiso para morir. Napolitano respondió de inmediato: "Que intervenga el Parlamento, que la política se comprometa a recoger también las opiniones de los que no ya no pueden hablar". Para terminar diciendo: "Callarse sería injustificado".

 

El peso de sus 89 años le ha hecho renunciar a Napolitano. Italia pierde un presidente viejo, pero siempre con un corazón combativo que recuerda a aquel directivo comunista de hace años.

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