Bocacalle

Videla es oro en polvo

En la hora de la muerte en prisión del dictador Jorge Rafael Videla, quiero recordar a Hebe de Bonafani, líder del movimiento Madres de Mayo y presidenta de la citada asociación desde 1979,  que de modo tan entregado combatió la impunidad de los culpables de delitos de lesa humanidad y reivindicó la vida de los desaparecidos. "Antes de que fuera secuestrado mi hijo -dijo Hebe de Bonfani en una iglesia de Legazpi, Madrid, en 1982-,  yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes. Pero desde que desapareció mi hijo, el amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber. Ahora me voy dando cuenta de que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias". Me parece muy llamativo que la valiosa opinión de esa mujer no haya sido tenida en cuenta hoy por los medios. Ni siquiera por el diario argentino Página/12, que ofrece una edición muy exhaustiva sobre el fallecido general. En este rotativo, cuyo excelente contenido y portada aconsejo revisar, podemos leer también una breve nota en su primera página que hace referencia al dictador y a un alto representantes de la iglesia católica de su país, un poco antes de que se produjera el golpe de Estado, y que de seguro no se le pasará por alto al papa Francisco que vive en Roma: : "En 1975, meses antes del golpe, el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina anunció que estaba muy próximo un "proceso de purificación". Monseñor Adolfo Tortolo fue, además, vicario general castrense, nombrado directamente por el Papa. Decenas de testimonios cuentan que visitaba las cárceles y los centros clandestinos de detención, bendecía las armas y los instrumentos con los que se torturaba a los prisioneros. Fue durante esas visitas cuando acuñó la frase que repetía ante los que se animaban a contarle las torturas que sufrían. Impasible, Tortolo entornaba los ojos y juntaba los dedos frente a su nariz para frotarlos suavemente mientras repetía: "Cállense, cállense... ustedes no saben: Videla es oro, Videla es oro en polvo".

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