El desconcierto

Monti y la banda de los cuatro

Es la quiniela política del momento. Apostar por una figura política o técnica –como ocurrió en Italia con Mario Monti– que sea reconocida por PP, Ciudadanos y PSOE, para impedir que llegue a La Moncloa el cambio que demanda la sociedad española. Una vez, claro está, que Sánchez no pueda celebrar su cumpleaños, los cumple el 29 de febrero, con ese regalo de la presidencia del Gobierno que con tanta testarudez persigue. La realidad es mucho más testaruda y ya ha podido comprobar en tres días que su ilusión se desvanece. Ni Rivera ni Iglesias aceptan gobernar juntos porque constatan y señalan claramente lo obvio: la grave crisis socioeonómica de España exige una respuesta de derecha o progresista. Una u otra. No caben las dos al unísono. Precisamente por ello acaba de emerger la banda de los cuatro.

El primero que lo señaló fue el comentarista Xavier Vidal Foch, en El País del pasado viernes: en el caso de que Sánchez no forme Gobierno, lo pertinente sería proponer un tercer hombre. Una figura de centro izquierda, señalaba, aceptable por todos y de relieve europeo, como Javier o Joaquín. Ayer domingo, el analista Enric Juliana, en La Vanguardia, no sólo adelantaba los dos apellidos, Solana y Almunia, sino que añadía dos nombres más (Josep Piqué y Josu Jon Imaz) como posibles aspirantes a convertirse en el Monti español. Un empate en la quiniela bipartidista. Dos del PSOE frente a dos de la derecha nacionalista. Es evidente que algo se negocia en la penumbra, mientras Sánchez se distrae o se presta a ser distraído con una negociación política tan larga como inútil con Rivera. Para acentuar este paisaje de sombras y oscuridades, que evidencia la duplicidad del bipartidismo, el diario El Mundo revelaba las citas más que discretas del alter ego de Rajoy, Moragas, con ese socialista Príncipe de las Tinieblas que es José Enrique Serrano.

En mi opinión, sin embargo, no existe todavía una Operación Monti. Estamos aún en la antesala de la campaña de promoción de los que aspiran a protagonizar esta operación, si es que finalmente se concreta. Es pronto para saberlo. Lo que esta lista de aspirantes en la penumbra refleja es la preocupación bipartidista por un tan posible como improbable giro de Sánchez, si se ve en la misma impotencia que Rajoy, hacia la opción mayoritaria en las urnas (PSOE, Podemos e IU). Dos antiguos comisarios de la férrea política prusiana de la Merkel, Solana y Almunia, y dos habituales de las puertas giratorias, Piqué e Imaz, mandamás de Repsol, evidencian que el pasado bipartidista no está dispuesto a permitir al líder socialista la más mínima veleidad progresista.

Albert Rivera, dirigente de ese Podemos de derecha que pedía a gritos el presidente del Banco Sabadell, pide un ménage à trois entre PSOE, Ciudadanos y el PP. Hasta ahora se limitaba, junto con el lógico veto a Iglesias, a señalar tan sólo la necesidad de negociar la abstención del PP en una supuesta sesión de investidura de Sánchez. Ya no es así: una vez desvelados los contactos discretos del PSOE con el PP, Rivera no está dispuesto a seguir de tapadera. Continuar de alcahueta en febrero, cuando sus celestineos de enero han sido evidenciados, sería una torpeza manifiesta. Así que propone públicamente una cama redonda, pese a que duda de si el secretario general socialista estaba al tanto de estos devaneos en La Moncloa. Porque, como bien indicaba Miguel Iceta, su amigo Sánchez debería vigilar su espalda. Su problema no está enfrente, sino detrás.

Sánchez ni siquiera puede contar con la tradicional moderación del PNV. Antes de empezar a hablar con ellos, el mismo lehendakari Urkullu mostró su sorpresa por el compromiso del PSOE con un partido situado más a la derecha del PP como es Ciudadanos; después, un inteligente Ortúzar supeditaba un posible apoyo a conocer el programa. La inminente salida de la cárcel de Arnaldo Otegi, el 1 de marzo, extrema la prudencia del PNV. Nuevo problema para Sánchez, puesto que Rivera es firme partidario de comenzar el recorte del Concierto Vasco mediante la gradual jibarización del Cupo. Ciudadanos, además, carece de todo margen de maniobra. Más de la mitad de sus votos provienen del caladero del PP. Ni qué decir tiene que los populares aprovecharían la más mínima matización para recuperar esa parte de su electorado, que Rivera expropió con un discurso más propio de Primo de Rivera.

Sánchez, finalmente, se ata o le han atado las manos para alcanzar la presidencia del Gobierno. Su equipo negociador está montado para no negociar con Podemos. Un economista como Sevilla, claro heredero de Solchaga, un adicto a los pactos con la derecha como Ares, que negoció el acuerdo del PP con el PSOE en Euskadi y un fontanero especialista en las cloacas del poder, como es Enrique Serrano, sólo desean negociar con las dos derechas como medio de reflotar el bipartidismo en el que Rivera jugaría hoy el papel de comodín que jugó hasta ayer la IU anterior a Alberto Garzón. Si no lo consiguen por las buenas, será por las malas. Sánchez no se juega, al menos hasta el momento, la secretaría general, sino sólo ser candidato a la presidencia del Gobierno. Los peores soñadores, decía Lawrence de Arabia, son los que sueñan despiertos, porque nunca despiertan hasta que la realidad se les cae encima. Antes de ir a las urnas, PP, PSOE y Ciudadanos encontrarán la forma de evitarlas. No está escrito que vaya a ser a través de la llamada Operación Monti, pero que los medios de comunicación apuesten por algunos de la banda de los cuatro que aspiran a sustituir a Sánchez, algo quiere decir.

 

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