El desconcierto

La baraja de Rajoy

La larga espera del presidente del Gobierno en funciones es obligada, pero la pasividad con la que actúa es deliberada, no se deriva de esa supuesta indolencia de carácter que le atribuyen, sino de una decisión  bien meditada: aguarda, pacientemente, a ver pasar el cadáver político de Sánchez por delante de la puerta de la Moncloa. Ya le ha visto fracasar en la investidura fallida y ahora calcula que verá su caída definitiva. Hasta que no retiren a Pedro Sánchez, no cabe que Rajoy se plantee su dimisión. Aún le quedan cartas en su baraja. ¿Por qué?

El cobrador del frac le pasa la elevada factura de la corrupción como ya se la pasó a Susana Díaz, Artur Mas o Esperanza Aguirre, sin que ninguno perdiera por las actividades de los Chaves, Pujol o Granados. En las elecciones del 20-D, más de siete millones de españoles dieron la mayoría a un PP pese a perder unos cuatro millones de votos. Desgraciadamente, la corrupción, que según el CIS ocupa el segundo lugar en las preocupaciones ciudadanas, castiga pero no tumba a los gobiernos. Menos aún, cuando Chaves y Griñán van a declarar este miércoles como imputados por los ERES y se anuncia la imputación de Gómez Besteiro, que continúa inexplicablemente como secretario general de Galicia.

Rajoy puede permitirse el lujo de la espera activa porque el PP carece de alternativa e incluso de alternancia. Rivera repite un día sí y otro también que nunca ha firmado la presidencia de Sánchez. Desde el minuto uno en que el PSOE renunció a coordinar un pacto de izquierda, sobre el que se sustentara una mayoría de progreso junto con el PNV, la continuidad del PP parece asegurada. No hay espacios vacíos en la política. Si se cortocircuita una política socialdemócrata basada en once millones de votos, se abre paso a una política neoliberal basada en diez millones de votos. A través de la Gran Coalición o de la convocatoria electoral, la derecha recogerá sus dividendos.

Si, además, Hollande pone como modelo de su reforma laboral en Francia la realizada en España por Rajoy, y el socialista Carlos Solchaga, tan admirado por Sánchez, proclama que dicha reforma ha funcionado bien, lo coherente es que termine ocurriendo lo que ya comienza a pasar: la entente PP-PSOE que hilvana con buena puntada Albert Rivera. Si, además, Susana Díaz monta la rebelión de todas las diputaciones andaluzas contra el pacto PSOE-Ciudadanos, a la vez que Mariano Rajoy hace lo mismo, miel sobre hojuelas para la Moncloa. La coyuntura económica les anima a marchar cuanto antes en esa dirección. La amenaza de recesión unida a la deflación, que ha llevado a Draghi a fijar el precio del dinero en un interés cero, alienta esta operación.

La criminalización de Podemos, made in PSOE y los mass media afines, sumada a la de la caverna, es todo un regalo para Rajoy. Nada mejor que crear un gran monstruo, agitado desde una factoría radiofónica, para atraer esa gran bolsa electoral de derechas refugiada en la abstención o prestada a Ciudadanos. Esta campaña de calumnias viene como anillo al dedo a Rajoy. O el guante a la mano a el Lehendakari Urkullu, que sopesa adelantar las elecciones autonómicas en Euskadi, visto que Podemos pisa los talones al PNV y Otegi aún está fuera de juego.

Ya solo le queda a Rajoy echar sus últimas cartas. O consigue la Gran Coalición, o va a las urnas, siempre y cuando Susana Díaz mantenga a Sánchez, porque si la cabeza de éste rueda la de Rajoy también rodará. En una u otra forma, la victoria de la derecha, por mayoría absoluta o rozando la mayoría absoluta, será una realidad, según indican todos los sondeos. Aunque en realidad, este triunfo de la derecha comenzó desde el mismo momento en que el PSOE se negó a formar un gobierno progresista.

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