El desconcierto

Echarle el muerto a Sánchez

Todavía no se han celebrado los comicios del próximo domingo 25 en Galicia y Euskadi y ya se le echa el muerto del previsible fiasco electoral del PSOE a Sánchez. Nadie ignora que el lunes 26, sino es incluso en la misma noche del recuento de votos, el viejo PSOE va a utilizar los resultados de ambas urnas para intentar liquidar ese incordio del nuevo PSOE que se niega a abstenerse en la próxima investidura de Rajoy. Con estos más que probables números rojos en ambas urnas, según indican todos los sondeos, calculan que será muy posible acabar con la negativa de Pedro Sánchez o, sencillamente, terminar con él mismo en una anunciada e inminente reunión del Comité Federal.

Nada más lógico y nada más injusto. Por un lado, el ibexsocialismo pretende rehuir su responsabilidad en la caída constante del PSOE, unos cinco millones de votos perdidos, y, por otra parte, negar que si no hubiera sido por Pedro Sánchez el tan cantado sorpasso sería hoy una realidad política cierta en toda España, como lo va  a ser, probablemente, el domingo en Galicia y Euskadi, donde Podemos adelantará a los socialistas. Han sido las puertas giratorias de González, el torpe terrorismo de Barrionuevo, el socialiberalismo de Solbes, la Otan de Solana, las corrupciones de Chaves y Griñán, la ideología amorfa de Maravall y la genuflexión de Zapatero, los auténticos responsables.

El viejo PSOE reproduce la misma lucha habida en la transición contra el nuevo PSOE. Entonces como hoy, Llopis como Rubalcaba, intentan liquidar una dirección joven que se negaba y niega a ayudar a la derecha. Ayer con Arias Navarro, hoy con Rajoy. No es casual que el Juan Luis Cebrián que hoy dispara balas de papel contra Pedro Sánchez lo hiciese ayer, desde la TVE franquista, contra las fuerzas democráticas. Tanto que volvemos a revivir aquella dualidad de siglas socialistas, el PSOE histórico contra el PSOE renovado, que se vivió en los primeros tiempos de la UCD de Adolfo Suárez. Ha sido, hasta ahora, una lucha soterrada. Dejará de serlo el próximo lunes.

No es la primera vez que el PSOE se fractura generacionalmente. Se dividió en la década de los treinta, volvió a fragmentarse en los setenta y ahora, de nuevo, en la segunda década del siglo XXI. Aquellos viejos que buscaban pactar con Azaña, fueron los mismos que querían ayudar a Arias Navarro y son los que hoy mismo intentan echarle un capote a Rajoy. Periódicamente se repite la oposición de la vieja generación, tan anquilosada como corrompida, a la política de la nueva generación. También hoy Rubalcaba se enfrenta a un Sánchez criado a sus pechos, al igual que lo ha sido el reducido círculo de confianza que rodea en Ferraz al secretario general.

El PSOE es más que centenario, precisamente, por estas oportunas renovaciones generacionales que le vuelven a conectar con la sociedad cada vez que los viejos se pierden en los laberintos del poder. Sin aquellos jóvenes socialistas que se enfrentaron a Prieto, sin los jóvenes socialistas que cuestionaron a Llopis, el PSOE habría ya dejado de existir como fuerza política relevante. Es en las crisis, la de los treinta, como la de los setenta, como la de ahora mismo, donde sus raíces populares rebrotan y cobran vigor. Pedro Sánchez, más allá de sus motivaciones, es la penúltima expresión política de esta ley histórica del socialismo.

Es en las bases socialistas, como lo fueron en las dos anteriores experiencias históricas del PSOE, desde donde Sánchez puede responder a los que se van a lanzar a su yugular echándole un muerto que no le corresponde. Aquel PSOE casi cadavérico, que le entregase Rubalcaba hace año y medio, no ha sido enterrado gracias a la obstinación de quien tuvo claro desde el primer momento que había que resituarlo desde, por y para la izquierda. Aunque la correlación de fuerzas internas en Ferraz le haya impedido reconvertirlo junto con Unidos Podemos, al menos por el momento, en el eje de la alternativa progresista que demanda toda la sociedad española.

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