El desconcierto

Trump, el huevo de la serpiente

Si nos atenemos a la definición clásica de fascismo–  una dictadura abierta, descarada, asesina y terrorista del capital financiero– no parece muy riguroso hablar de la entrada de un fascista en la Casa Blanca, pero sí  es indiscutible que acaba de anidar en el despacho oval el huevo de la serpiente. No es la voluntad política de los sectores populares y clases medias estadounidenses, pero sin la candidatura de Sanders, que ha sido retirado con las malas artes habituales de los Clinton, no han tenido otra opción que votar a quien denuncia el status quo desde la derecha extrema. Dependerá ahora de la movilización social el que sea posible aplastar el embrión antes de que la cabeza de la víbora rompa el cascarón del huevo que la cubre, siempre y cuando Donald Trump no logre sortear las contradicciones de la insurrección electoral que lo ha llevado a Washington.

Donald Trump simboliza el hundimiento del estalinismo de mercado en el principal estado del capitalismo. Ese intento de borrar el estado, la patria, la soberanía, la regulación y la democracia– protagonizado por una élite cosmopolita seducida por la utopía del ultraimperialismo de las multinacionales– se resquebraja ya tanto en los Estados Unidos como en toda Europa. La crisis de 2007, como ocurrió con la de 1929, ya no puede seguir siendo cargada solo sobre las únicas espaldas de la inmensa mayoría de ciudadanos. O la izquierda da una respuesta progresista o la derecha da una respuesta reaccionaria. En la historia no existen callejones sin salida. Allí donde las fuerzas populares no pueden ofrecer una salida, la acaban ofreciendo los poderosos. La utopía del mercado termina hoy como terminó ayer la utopía contra el mercado.

El dominó del estalinismo de mercado se derrumba ficha a ficha en los principales estados del más allá y del más acá del oceáno Atlántico. Pieza a pieza, elecciones tras elecciones, estos estalinistas van cayendo una tras otra. Los pueblos votan en su contra, los estados rechazan los acuerdos o uniones que los subordinan al poder financiero y los ciudadanos exigen volver a la regulación de los mercados. Ante los ojos de una izquierda oficial, desconectada de los intereses populares, partidos y líderes de la derecha extrema dirigen esta rebelión social. Toda esa Europa alemana– nunca ha sido una Alemania europea– respira prefascismo en el este como en el oeste. Salvo en Grecia y España, donde Syriza y Unidos Podemos la encabezan, un amplio abanico de partidos de la derecha extrema avanzan sin encontrar resistencia alguna.

La derrota de Clinton, con un historial delictivo muy difícilmente superable, es un torpedo en la línea de flotación de los poderosos. Ni los republicanos, que no han podido impedir la candidatura de Trump, ni los demócratas, que no han podido impedir la victoria de Trump, salen indemnes de este estrepitoso fracaso. El bipartidismo, como en otros tantos países, sale herido de muerte. Los medios de comunicación, una mera caja de resonancia de los intereses de los más poderosos, más desprestigiados e inútiles que nunca. En ese grave pecado de obstaculizar la candidatura de Bernie Sanders, que hubiera podido derrotar a Trump, llevan la penitencia que hoy solo empiezan a pagar. Antes de sumarse a esta respuesta democrática, han optado por facilitar el camino a la respuesta reaccionaria con la vana esperanza de reconducirla.

Los dóberman ya no son más que perros de papel. No solo no muerden sino que ni siquiera asustan. Ese intento de enganchar a todo el electorado popular con el espantapájaros de Trump se ha revelado ineficaz al romperse el consenso social que lo sostenía desde la II Guerra Mundial. Esa lucha de clases que los ricos dicen desarrollar contra los ciudadanos, según la expresión utilizada por uno de los más poderosos estadounidenses, cortocircuita toda tentativa de imponer un candidato ad hoc que evite que se vea la pezuña a la mano invisible del mercado. Ya no cuela desviar la atención de los humillados y ofendidos de la tierra. Si hace ocho años coló un hombre de color, hoy no ha colado una mujer. El escenario político es ya un ring, donde al sonar el gong electoral, los segundos son expulsados del cuadrilátero.

Que Clinton se haya llevado todas las bofetadas destinadas al payaso Trump abre el camino a la recuperación de una alternativa progresista en los Estados Unidos. Bernie Sanders no responde a una mera máquina electoral que solo emerge cada cuatro años. El amplio movimiento juvenil, sobre el que se ha sustentado, va  a ser el esqueleto de esta potente nueva izquierda nacida al calor de la candidatura vetada por los jerifaltes del Partido Demócrata. Tanto si Trump cumple con sus compromisos racistas– con los inmigrantes– como si incumple los mercantiles o bélicos– el final del TTIP o la reconversión de la OTAN por no hablar de Siria– va a verse enfrentado a una potente oposición popular. Así quienes hoy lloran lágrimas de cocodrilo por Clinton, lloran realmente por que se está gestando una izquierda en los mismos Estados Unidos baluarte de los estalinistas de mercado.

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