El desconcierto

El remordimiento de Rajoy

Excusatio non petita, accusatio manifesta. Cuando uno de los dos Hernandos afirma que el PP no tiene mala conciencia por Rita Barberá está reflejando el hondo remordimiento de Rajoy, bien reflejado en su rostro, ante la muerte súbita de quien fue arrojada a la calle por los dirigentes de Génova. Denunciada por uno de los suyos, investigada por la Guardia Civil, fue cogida in fraganti con las manos en la masa de la Gürtel. Ni medio segundo tardaron los genoveses en apartarla como una apestada, retirarle su carné de militante y expulsarla al grupo mixto del Senado. No era más que una de la banda, a la que se había pillado con el carrito del helado de la financiación ilegal del PP, pero se vio tratada por los suyos como una manzana podrida ajena al propio cesto azul. Ya sabemos que las gaviotas se alimentan de la carroña.

Ayer mismo, en el nada sospechoso diario ABC, se podía leer en una información lo siguiente: "ella  (Rita Barberá) identifica a una altísima responsable del Gobierno como responsable de la cacería mediática. Evita pronunciar su nombre, las paredes de la Moncloa y el CNI escuchan". Blanco y en botella, se apunta a la vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría como fuente generalmente bien informada de lo que el siempre fino Hernando denomina como hienas. Negar la mala conciencia de los dirigentes populares, su profunda contrición o por lo menos su atrición, ante el cadáver de quien como Rita Barberá fue maltratada, aislada, asolada y asilada por casi toda la derecha es un ejercicio muy inútil. Máxime cuando acto seguido, para evitar caer en el sacrilegio que siempre supone una mala confesión, optan por su rehabilitación.

No puede tener otro sentido político el minuto de silencio en el Congreso de los Diputados. Impuesto por Ana Pastor, aún sabiendo que no había unanimidad, reconvertía un duelo personal en un homenaje político en sede parlamentaria. Así, su accidente circulatorio vascular era utilizado para vehiculizar el remordimiento personal de Rajoy por haberla tratado como la trataron por ayudarle a recorrer el camino escarpado que conducía a mantenerle en la Moncloa. Financiera, política y personalmente, Rajoy es deudor de Rita y le honra su profunda mala conciencia. No hizo entonces lo que hace hoy Susana Díaz con Manuel Chaves o Griñán, en el banquillo de los acusados por los ERES, pero es de justicia reconocer que lo hace ahora ante su cuerpo presente. El problema es que eligió como marco el palacio de la Carrera de San Jerónimo.

Debió ser la Moncloa o Génova el escenario rehabilitador, porque fue desde esas sedes donde, según casi todas la informaciones de la propia derecha, se decidió condenarla en vida ante la probable posibilidad de que fuese sentenciada  en los tribunales por sus actividades delictivas. Si han decidido arrepentirse, no es el Congreso de los Diputados el confesionario adecuado sino uno de esos cuarteles generales de la banda de la Gürtel. Socializar esta rehabilitación, como han hecho sumando a casi todos los diputados, nunca es acorde con la moral cristiana que proclaman, ni tampoco se atiene a los usos parlamentarios en  la Unión Europea. El infarto de Rita Barberá no suma ni resta un ápice a su responsabilidad penal, aunque, eso sí, crea problemas de conciencia a sus compañeros de faena.

Lamentablemente, el PSOE volvió a abstenerse. Por no despegarse del PP o por temor a ser malinterpretado, se prestó también a esta ceremonia de la confusión después de haberse dedicado desde enero a una muy constante denuncia de Rita Barberá. Esta lógica coherencia derivó ayer en una escandalosa incoherencia mal recubierta con retóricas funerarias. Si hubiesen seguido siendo coherentes, es bastante probable que la señora Pastor no se hubiera atrevido desde su puesto institucional a imponer una rehabilitación de todo cuando en realidad solo era una rehabilitación de parte. Ya tendrán ocasión de comprobar, cuando fallezca uno de sus propios diputados imputados -que Dios tarde muchos años en sentarlos a su diestra-, como el PP nunca apoyará un minuto de silencio rehabilitador como el que han compartido por Rita Barberá.

Es muy grave, además, porque el remordimiento de Rajoy no va acompañado del propósito de la enmienda como aconsejan los catecismo de los padres Ripalda y Astete. Todo lo contrario. Ayer mismo la Moncloa daba una paso adelante, con el sintomático nihil obstat de los padres del PNV, al nombramiento de un Sebastián Abella como presidente de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Baste reproducir lo que dicho señor respondía a todas las criticas desde la izquierda, formuladas por Podemos y el PSOE, para ver como De Guindos,  Garicano e Imaz, padrinos del sujeto propuesto, aún continúan erre que erre: "sólo he asesorado a 6 compañias del IBEX en dos años". Media docena directamente, que se negó a enumerar, y muchísimas más indirectamente. Es como poner al zorro a cuidar del gallinero. Vamos bien, Abella en la CNMV y Barberá rehabilitada.

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