El desconcierto

El inútil sectarismo de PSOE, Podemos e IU

La parálisis que aqueja hoy a la sociedad española se centra en las izquierdas. Gracias a esa enfermedad nefasta, el patriotismo de partido, toda la derecha, concentrada en un único partido, gobierna cómodamente España pese a no ser más que una frágil minoría política. El ensimismamiento simultáneo de las tres principales siglas de la izquierda, subdivididas por dos cada una de ellas, genera una pugna más o menos soterrada de esta media docena de tendencias, dos por partido, presentes en las tres fuerzas progresistas. López, Sánchez, Susana Díaz, Iglesias, Errejón, Garzón y Llamazares ponen voz y rostro a  estas propuestas de socialistas. morados y rojos que asombran hoy, a propios y ajenos, por la total liviandad de sus argumentaciones que parecen desconocer la actual hegemonía del Partido Popular.

En un mundo hostil donde se hunde al mismo tiempo el escenario geopolítico de Yalta, el euroilusionismo de la Unión Europea, a la vez que el bipartidismo, en la izquierda española se construyen teorizaciones abstractas no ligadas a la realidad sociológica de las clases medias y populares. Tanto en el PSOE sobre Podemos, en Podemos sobre el PSOE e IU y en IU sobre Podemos. Teóricos ad hoc ventilan viejas cuentas partidarias rechazando de plano a los morados, rojos o socialistas, siempre sobre la base de retratar al próximo vecino ideológico como el más peligroso enemigo. El sectarismo campa por sus respetos hasta el punto de volver a revestir a las nuevas generaciones con los trajes raídos de los González, Anguita y Frutos sacados del baúl de la historia donde fueron guardados hace ya más de un cuarto de siglo.

Así, los certificados de defunción se extienden rápidamente. Sánchez esta muerto sostiene uno, Podemos se rompe explica otro e Izquierda Unida solo necesita que se la reviva argumenta el tercero. Si se cumplieran los pronósticos de todos estos ideólogos de cabecera de Susana Díaz, Pablo Iglesias o Gaspar Llamazares nada quedaría ya de la izquierda española. Mientras que la mitad de los españoles vota unido al Partido Popular, la otra mitad vota desunido por triplicado. Ni siquiera la mayor parte de esos cuarenta y dos millones de españoles, bastante agraviados por disponer de la misma renta que cinco millones de privilegiados, les votan. No puede ser de otro modo cuando cada partido de izquierda es mal descrito como el símbolo de la traición, la pinza con el PP o un dolce far niente por el vecindario político.

Es verdad que el peso brutal de toda la tradición histórica, protagonizada por el enfrentamiento fratricida, sobrevive hoy; pero estos conflictos habidos en la II República, la Guerra Civil, la dictadura de Franco o la transición no guardan ni de de lejos analogía alguna con los problemas actuales. No está a la vista el Frente Popular, la lucha contra la dictadura o el dilema reforma o ruptura, que justifique la virulencia de las polémicas que se dan en cada una de las formaciones de la izquierda. Ya pueden rebuscar historias o conceptos para disfrazarlas que no se tienen en pie. Aquí y ahora sólo se trata de elaborar una alternativa democrática, bien sustentada en un sólido proyecto regeneracionista, que abra camino a un gobierno progresista que frene la gran deriva neoliberal, autoritaria y amoral del gobierno de los poderosos.

De todas estas pugnas artificiales sólo tiene un interés político la que se libra muy desigualmente en el PSOE. De su desenlace, gobernar o no con Rajoy, depende el futuro de la izquierda española y, por supuesto, también el de la derecha. Si se consolida el giro a la diestra, lo más probable, Podemos e IU perderían la tercera parte de los efectivos electorales de la izquierda sociológica y, sobre todo, de su potencialidad política en la medida que la derecha dispondría de una coartada de izquierdas para aplicar su política de recortes. Dar por perdida esta lucha interna del PSOE e incluso alegrarse de perderla, actitudes que se reflejan parcialmente en Podemos e IU, es hacer gala de un muy insoportable sectarismo que solo puede tener como beneficiario a Rajoy, como en su día también lo tuvo Aznar.

Ni el PSOE va a hundirse, ni Podemos se va a deshacer, ni tampoco IU va a desaparecer. Es muy comprensible que cada uno de ellos intente penetrar en el terreno vecino; no lo es, sin embargo, dar por sentado que lo puedan conseguir. Mientras tanto, no les queda otra, incluso si se trata solo de crecer, que la de entenderse. No digamos si se quiere ir a la Moncloa. No hay otro camino que la senda de la unidad que fuera recorrida ya por el PP antes de poder conquistar la presidencia del Gobierno. La Casa Común, el asalto a los cielos y el gobierno del Frente Popular, pertenecen a la historia. El avance de la derecha extrema, sobre el cadáver de la Unión Europea alemana, va a dar una espectacular zancada en este 2017 que obligará, a los que discuten sobre si son galgos o podencos, a diseñar un bozal popular para los perros de los poderosos.

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